Aún seguimos… creyendo y apostando

En este tiempo de tantos cambios, cuando parece que no hay camino, cuando la noche cree que ha ganado, tu voz sentencia, Yo estoy contigo (cf. Mt 28,20).

Cuando hablamos de la realidad tan difícil que vive nuestro mundo, lo primero que planteamos es que nos falta conciencia del cuidado que debemos tener con él para preservar su existencia, y es una frase que hemos escuchado y repetido hasta la saciedad, “el mundo está como está, porque nos falta conciencia” pero ¿será esto cierto del todo? o ¿es una frase que se ha viciado con el tiempo y se ha desgastado de tanto repetirla? 

Frente a la saturación de tanta información, aparece el fantasma de la desesperanza y la indiferencia, con aquella frase lapidaria: ESO YA LO SABEMOS. Para salvaguardarnos de este fantasma, la ética del cuidado nos insta a ayudar a los demás, de tal modo que no puede plantearse la OMISIÓN. Constatamos la necesidad, nos sentimos obligados a procurar que se resuelva; y esto se basa en la comprensión del mundo como una red de relaciones, en la que nos sentimos insertos. Desde el Génesis (Gen 1,28)  nos ha encomendado Dios, la tarea de custodiar y señorear la tierra  y hoy  el Papa, consciente de la crisis ecológica planetaria, nos  exhorta a desarrollar “un nuevo paradigma de comprensión de la relación entre la especie humana y la naturaleza. Partiendo de la categoría bíblica de la creación, concibe el mundo como un don de Dios, orgánico y frágil, que debe ser amado, respetado y regulado según la misma ley de Dios (…)  La solución está en la unión y en la armonía entre la ecología medioambiental y la ecología humana.

No podemos huir de nuestra responsabilidad ni de la tarea que tenemos ante el mundo, es preciso, urgente y necesario, orar, reflexionar y unirnos para detener esta autodestrucción; debemos cuidar, recrear y defender nuestro planeta, tenemos la necesidad imperante de articular equilibradamente una ecología medioambiental y una ecología humana. Así lo ha expresado Bernardo Toro: “vivimos en una paradoja, primero como especie humana, hemos creado todas las condiciones para desaparecer: el cambio climático (calentamiento global) el uso (abuso)  del agua, el consumo excesivo de electricidad, la acumulación de la riqueza en unos pocos que genera hambre en muchos, los límites y deterioro de los territorios (fracking, minería ilegal, tala indiscriminada de bosques), esto nace de nuestra mala relación con el planeta; por otro lado, hemos creado todas las condiciones para reconocernos como una sola especie, ya que no existen razas, sino una especie con diferentes tonos de piel  (…) El internet, el turismo, la globalización, la interculturalidad, la migración, nos han unido en red y si queremos podemos salvaguardarnos quitando las fronteras que nos separan, nos dividen, enfrentan y destruyen.

Parafraseando lo dicho por el Papa en varios de sus discursos ante los desastres naturales que ha vivido el mundo, siempre afirma que el mundo creado por Dios, es bello, uno y armónico, pero el ser humano, en la medida en que se ubica en el centro de la creación, se pone por encima del Todo; sus intereses egocéntricos, introducen una fractura, una desarmonía que conduce el mundo al caos y a la pérdida del equilibrio que lo caracteriza. La raíz, pues, del mal, de la ruptura, es la lógica del ego, consiste en vivir conforme a los propios intereses. 

El mal uso de la libertad humana es la génesis de la devastación medioambiental que sufrimos. Vivimos una crisis predominantemente antropológica: para sanar la herida del ecosistema, primero hay que curar la fractura dentro del hombre; cuidar es igual a curar – sanar.

Por eso nos urge retomar los principios esenciales de la ética del cuidado que   es ante todo una forma de vida, que prioriza las relaciones humanas alrededor del cuidado, entendido éste como el afecto en su máxima dimensión. El cuidado de sí mismo, el cuidado del otro, el cuidado de lo que es de todos; como bien lo explicita la encíclica Laudato Si, la casa común es asunto de todos; o nos unimos y comprometemos o desaparecemos por nuestra propia mano.

Carol Gilligan, al hacer un estudio sobre las acciones humanas con mujeres, distinto al que había hecho su maestro Kohlberg (solo con hombres) decía entre otras cosas que “las mujeres nos preocupamos por los demás, tenemos mayor capacidad emocional, somos más sensibles, priorizamos las necesidades por encima del cumplimiento abstracto de deberes y el ejercicio de derechos. A las mujeres se les facilita un poco más el respeto a la diversidad y procuran la satisfacción de las necesidades del otro, no solo según su trabajo sino su necesidad”. 

Es hora de tener un cambio de enfoque en la relación de uno mismo con los demás y con el mundo: se trata de “pasar del consumismo al sacrificio, de la avidez a la generosidad”. Todo cambio de comportamiento, y más de mentalidad, necesita de unas motivaciones concretas y un camino pedagógico que hay que ir elaborando entre todos, y en este punto, los consagrados tenemos mucho que aportar.

Al mirarnos a la luz de esta realidad, las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, nos sentimos impulsadas a comprometernos más, no solo desde las comunidades locales, haciendo cosas buenas, como tratar de convivir bien entre nosotras, reciclar, ahorrar energía, no contaminar los ríos y mares, entre otras iniciativas; también es necesario apostar desde la institucionalidad para trabajar  en red con otros y otras, puesto que tenemos varias ventajas: en primer lugar, somos mujeres, que poseemos esa sensibilidad natural que brota de nuestras entrañas, de nuestra maternidad espiritual obligándonos a no ser indiferentes ante el que sufre. Segundo, somos mujeres consagradas en búsqueda de la hondura espiritual que no es otra que la identificación con la persona de Jesús y sus acciones (cf. Gal 4,19); Él, se dejó conmover a profundidad por la hemorroísa, la viuda de Naïm, la sirofenicia, el leproso, el ciego del camino, entre otros; por otro lado, somos herederas de una rica espiritualidad franciscano-amigoniana, donde el amor fraterno es universal, abarcando la creación y el cosmos; la compasión y la misericordia son ejes transversales de nuestro accionar.  

También es necesario tejer red en cuanto a la ecología humana y nuestra opción por la humanidad, con la certeza que se debe amar a todos. Gilligan,  también explica que, el bienestar humano y la sostenibilidad ambiental dependen de la diversidad biocultural, de su interacción y de su transformación temporal, comprendiendo que: La biodiversidad es esencial para el correcto funcionamiento de los servicios que mantienen la estabilidad de los ecosistemas y la dignidad de sus habitantes. La pérdida de biodiversidad se asocia con el rápido crecimiento de las poblaciones humanas, su concentración en núcleos urbanos con un modelo de consumo insostenible que va unido al aumento de residuos y contaminantes, a conflictos bélicos y a un muy lento avance de la igualdad en la distribución del bienestar y los recursos.  

La inequidad social tiene unas raíces muy profundas en la desigualdad social, heredadas de generación en generación, las cuales son difíciles de erradicar y para contrarrestar esto es preciso unirnos al caminar de otros para que la voz sea más fuerte y llegue a los oídos de aquellos que mueven los hilos del mundo, pero no solas, sino en comunión con la Iglesia y con toda la humanidad especialmente en las fronteras donde la vida clama porque está en peligro de extinción. 

Carlos Cullen de manera poética dijo así: “Si sabemos estar siendo y no pretendemos ser sin estar, cuidaremos del otro en cuanto otro, como la forma más profunda de entender el cuidado de sí”.

Y finalmente ante la hecatombe que se avecina si no nos convertimos, se comprende desde la ecología humana que: Hay dos superestructuras del ambiente cultural, que condicionan los ciclos el primero es el dinero, que modula la cantidad y calidad de vida en los diferentes grupos humanos; el segundo la información, difundida con rapidez vertiginosa a través de las nuevas tecnologías, condiciona los patrones de comportamiento social en todos sus aspectos, incluidos los relacionados con el gasto y consumo desmedido de los recursos. Solo cuando tomemos conciencia y sigamos apostando por el Reino de los cielos, la hermandad y la comunión con todos, la situación del mundo y del planeta se revertirá.

“Y aún seguimos en tu camino,  Dios hecho hombre, maestro y guía y aún vivimos tan convencidos que solo el Reino es nuestra utopía. Y aún seguimos enamorados de tu persona y de tu proyecto y aun reímos y aun cantamos tan obstinado de un mundo nuevo” (Himno 50 años de la CLAR)

HNA. CILIA IRIS BONILLA, TC

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