Lectio Divina, primer domingo de Adviento.

Isaías 63,16b-17.19b; 64,2b-7: ¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras!

Salmo 79: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

1 Corintios 1,3-9: Aguardamos la manifestación de Jesucristo

Marcos 13,33-37: Velen, mientras llega el dueño de la casa

Hoy iniciamos un nuevo año litúrgico y con el renovamos el entusiasmo y la esperanza.

¿Qué palabra puede definir mejor el adviento que la esperanza?

¿Quién no ha sentido que la liturgia de adviento es un aire renovador que impregna nuestro corazón de gozo y consuelo?.

En la liturgia de este Primer domingo de Adviento empezamos situándonos cerca del final del libro de Isaías, que es una recopilación de oráculos de varios profetas a lo largo de la historia de Israel. El pasaje que leemos hoy pertenece al «Tercer Isaías» (Is 56-66), quien vivió en un momento difícil de reconstrucción después del exilio, lo que se refleja en sus palabras llenas de emociones intensas, incluso llanto.

Isaías expresa en la primera lectura un grito de expectativa, un anhelo, un deseo profundo y sentido desde lo más íntimo de su corazón. ¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras! El representa el anhelo más profundo del pueblo de Israel, de ser habitados por el Mesías, pero también la voz del profeta es reveladora y cuestiona la doble moral de un pueblo que espera y que, mientras lo hace, no prepara el camino para su llegada;  contaminado de injusticia, un pecado totalmente despreciable a los ojos de Yahvé, porque va en contra de la ética del pueblo, del pacto en el Sinaí, de la promesa de ser el pueblo de Dios, va en contra de la alianza, no sólo pactada con Él, sino aún más entre ellos mismos.

Este tinte escatológico de la primera lectura nos pone en modo alerta, sobre todo si reconocemos que somos ese mismo pueblo suyo, el de la alianza y que sorteamos a menudo nuestras opciones de conciencia deseando su presencia en nuestra vida y trasgrediendo el compromiso de unidad y justicia que hemos pactado.

Las últimas palabras del profeta Isaías actualizan las primeras páginas del Génesis. Destacan la figura de Dios como Padre, creador y restaurador de la vida: «Tú, Señor, eres nuestro Padre»… «Tú, Señor, sigues siendo nuestro Padre». Esta imagen renueva la esperanza. La llegada de Dios también requiere disposición para acercarse a Él. La oración que reconoce el dolor, busca perdón y canta la esperanza es el camino para encontrarlo. Surge del corazón con la certeza de que Dios se interesa profundamente en nuestra situación y vendrá a nosotros, como lo ha hecho en el pasado. Este pasaje tiene implicaciones en el Nuevo Testamento. El nacimiento de Jesús en Navidad cumple la profecía de Isaías: los cielos se abren y, en Jesús, Dios se encuentra con la humanidad. Él vendrá nuevamente al final de los tiempos, como Jesús les hace saber a sus seguidores en la parábola del Evangelio.

El salmista interviene clamando la restauración y con humildad invoca a Dios Diciendo:  “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

La segunda lectura tomada de la primera carta de los Corintios nos recuerda que Dios es fiel y que al llamarlos a la comunión con su Hijo nos quiere irreprochables en el amor, asegurándonos que no carecemos de ningún don para lograr esa comunión. Como nos decía Benedicto XVI en su encíclica Dios es amor, “El amor puede ser mandado porque antes ha sido dado”. (14)

 Finalmente, Marcos en el Evangelio nos recuerda que preparar la llegada del Señor requiere una actitud permanente de vigilancia porque no sabemos el día ni la hora.

El verbo «velar» aparece en la parábola sumando un total de cuatro repeticiones de este término. Pero, ¿Qué implica exactamente el mandato de Jesús de «velar»? El término griego «gregoreo» significa principalmente «estar despierto». Sin embargo, esto no quiere decir que los discípulos no puedan dormir (físicamente sería imposible), en este contexto, los discípulos deben estar alerta y atentos para reconocer la venida del Señor en un momento incierto.

Existe un llamado de atención hacia algo más profundo. El no estar durmiendo puede expresarse de esta manera: debemos estar atentos en la oscuridad de la historia, con toda nuestra existencia concentrada en el seguimiento de Jesús si deseamos presenciar la llegada del Reino, pues podemos correr el riesgo de olvidarnos de él y de sus enseñanzas, ya que no está presente de manera visible. Los siervos «vigilantes» son aquellos que están siempre preparados para recibirlo y responder.

Ojalá el Señor nos encuentre despiertos y dirigiendo la porción que nos ha encomendado con amor, dignidad y justicia. Que nuestras obras más que nuestras palabras reparen todos los signos de dolor, contradicción e injusticia que hay en nuestro mundo, aquellos que nosotras mismas hemos provocado y aquellos que, aunque no hayamos provocado, podemos reparar. No olvidemos que como Francisco de Asís y Luis Amigó, conscientes de su misión, estamos llamados a ser operantes, proactivos y propositivos, y sobre todo a escuchar la voz del Señor que por medio de la fuerza de su espíritu inspira cada una de nuestras palabras y acciones.

¡Celebremos la esperanza que nos llena de certeza y nos impulsa a seguir adelante! El Adviento nos invita a renovar nuestra confianza en la salvación que está por venir, a liberarnos del desencanto y a esperar con alegría la llegada del Señor. A través de la escucha orante de la Palabra, dejemos que nuestra oración nos lleve a clamar: «¡Ven, Señor Jesús!»

Hna. Sandra Milena Velásquez Bedoya

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