“Nos ha nacido un Niño y es príncipe de la paz” (Isaías 9,5-6)
Adentrarnos en el clima, en el ambiente, en el cobijo del hogar de María y de José, para introducirnos quedamente, en silencio absoluto y si fuera posible, en su interioridad, con aquellos sentimientos delicados que entregan las mociones del espíritu libre, que sabe de anonadamiento profundo, de finezas del alma y de regocijo que trasciende estas coordenadas sensibles de la historia, es seguir paso a paso el peregrinar de ellos, María y José en la espera de nuestro Emmanuel.
Ir a Belén, viaje que es preciso hacer, con pocas cosas, de prisa, pero con el gozo que agiganta el corazón, prende luces en los ojos y dispone el ser para cantar y proclamar con el Bautista: “Allanad el camino, preparad los senderos a nuestro Bien que llega” (Isaías 40,3; Mateo 3,3).
María y José, saben que la hora se acerca, comprenden que el Dios Niño, está para irrumpir en el universo,(Miqueas 5,1-2) en Belén, en una cueva, donde los sin razón, disponen su espacio para dar cobijo, calor, cercanía…Todo el ser de María, es apertura incondicional, para dejar traslucir el tesoro, la luz, el Esperado, la promesa, la vida misma…hay un silencio profundo y un misterioso oleaje de paz…que solo es interferido por el gozoso y tierno canto del “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de ardoroso corazón” (Lucas 2,14). Los cielos y la tierra aplauden, las estrellas encienden con más brillo el resplandor, los trinos de los pájaros entonan al unísono, una sinfonía graciosa a este recién nacido, que en un establo instaura la riqueza de Dios, en la tierra (Isaías 9,5)
José y María absortos, silenciosos, entrecruzan sus miradas, sonríen y adoran la presencia del Amor en el universo. (Isaías 9, 2) María lo estrecha en sus brazos, porque todo su corazón, su ser de mujer, contempla ahora conmovida al Hijo del Padre humanado, tierno, infante, débil…José observa a la Madre con el Niño, no tiene otra actitud que adorar, contemplar… Ella, la Madre, recoge su gozo inmenso en unas lágrimas copiosas, que bajan por sus mejillas e incluso, llegan hasta el pequeño y lo hacen sonreír…Qué lenguaje el del amor, qué lenguaje tiene la pobreza, anonadamiento, desapropio, de nuestro Dios. Qué lenguaje descubre el que entiende de misterios de amor, presencia, encanto, cercanía, ensueño, porque un Niño se nos ha dado, un hermano de camino se nos ha regalado. (Isaías 9,5)
Y José sigue paso a paso el misterio que ahora se le hace tan cercano, tan palpable: Aquel que posee el universo, porque salió de sus manos, ahora tirita de frio, el que hizo brotar este maravilloso conjunto de armonía que es el cosmos y en el al hombre, gime de amor, qué maravilloso intercambio, deja lo suyo, toma lo nuestro, lo nuestro débil, caduco, lo suyo eterno, inmutable. José y María, juntos lo siguen observando, no quieren perder una sola de sus expresiones…sus ojos sonríen y lloran de amor, qué dulce sonrisa, que tierno amador, sus labios rosados expresan candor, su pecho es el cielo para aquel que es fiel, sus manos pequeñas, tan suaves que están, indicarán gustosas el bien que genera la paz en la justicia; sus pies tan pequeños, insinuarán el camino a seguir, camino de forasteros y peregrinos que sin nada propio, se lanzan a nuevas conquistas desde el Espíritu. María y José, desde este estilo de vida libre, pobre y anonadado, van recogiendo en sus corazones, el lenguaje de la altísima pobreza-riqueza de Dios, que haciéndose uno de nosotros, quiso vivir en nuestro terruño, en la periferia, para caminar junto a cada uno de nosotras….
Al contemplar extasiadas a la Trinidad de la Tierra: Jesús, María y José, en la celebración de nuestra navidad, surge muy dentro un clamor hondo de “escuchar las mociones que nos habitan, ahí donde Dios sigue escribiendo su historia con nosotras, somos buscadoras que quieren ser felices para contagiar a otros la alegría de vivir, cada una en su propio proceso, estamos invitadas a entrar en nuestro santuario interior, a hacernos preguntas vitales que nos impulsen a seguir creciendo como personas, aprendiendo a existir en plenitud, a poner nombre a nuestras necesidades, emociones y anhelos” (Cuidar la propia vida, mensaje XXIII Cap. General). Es ahí donde al calor de la familia de Nazaret, recobramos el gozo reestrenado de sabernos amadas, salvadas y convocadas, a disfrutar la riqueza misma de esta familia que al congregarnos en comunidad “fraterna de fe, esperanza y amor” (Constituciones 28) nos lanza también a “poner más alegría, confianza y esperanza en nuestro mundo, y llevar a cabo gestos de vida evangélica que conduzcan a la justicia y a la paz”. (cuidar la vida de los pobres, mensaje XXIII Capítulo General) .
Hermana Lilyám del Carmen Ramírez Cañizales, tc
Provincia Nuestra Señora de la Divina Providencia