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50 años de presencia sencilla acompañando al pueblo congoleño

Nuestra Congregación, fundada en España en 1885 y extendida por algunos países de Europa, pero de manera especial, por toda América, desde que en 1905 llegamos a Colombia, no estábamos presentes todavía en África. En la entonces Provincia “Inmaculada”, se habían recibido dos peticiones insistentes para ir al continente negro. Una de Monseñor Eugenio Kabanga, Arzobispo de Lubumbashi en Congo y otra de un Padre Blanco para ir a Rwanda. La Superiora provincial de aquel momento, Hna. María Pilar Burillo, fue con Hna. Margarita Ros a visitar ambos lugares y optaron finalmente por el Congo (que pasó a llamarse ZAIRE de 1971 a 1997).

El 20 de agosto de 1971, hace ahora 50 años, llegamos a Lubumbashi (capital de la provincia de Katanga) las cinco primeras terciarias capuchinas que se iban a instalar en la República Democrática del Congo, en un rincón  de Katanga, concretamente en la Misión Kansenia, donde  los monjes Benedictinos de Saint André (belgas) estaban desde 1912, pero las Benedictinas tuvieron que retirarse por falta de hermanas, aunque quedaba todavía la Hna. Marie Gregoire que hacía pastoral en los pobladitos y otra religiosa Canóniga de san Agustín.

Cinco días antes de nuestra salida de España hacia el continente africano, en el envío y despedida en nuestra capilla de Burlada (Navarra), llena a rebosar, decíamos a las hermanas, familiares y comunidad cristiana que nos acompañaba, que nos sentíamos felices de su presencia porque sabíamos que, como nosotras, experimentaban la necesidad de comunicar a los demás el gozo de haber conocido a Jesús y sentirnos animadas por el Espíritu de Dios.  En la comunidad cada uno tiene su misión y la nuestra era expresar su universalidad, siendo signo de comunión, amistad y colaboración con esa Iglesia, aún joven, del Congo. El día 21 llegamos a lo que sería nuestra misión, Kansenia, a unos 300 km de Lubumbashi. En ella se atendían 35 poblados esparcidos en  una extensión de unos 2.700 km2. Nosotras nos ocuparíamos del Hospital (que estaba en una situación indescriptible), del internado de las jóvenes que estudiaban Secundaria, comenzaríamos un Hogar para chicas que habían dejado la escuela, y daríamos clases en las escuelas, Primaria (religión) y Secundaria.

Cuando llegamos a ser seis hermanas, dos iban de lunes a viernes a los poblados de la Misión a vivir y compartir con la gente, en especial por las noches, en torno a la hoguera.

En 1981 se abrió otra comunidad en la capital de la provincia, Lubumbashi,  pues del Arzobispado nos habían solicitado que una hermana se ocupara del economato diocesano. La Diócesis nos alojó primero en una parte de la Procura diocesana y después en una casa próxima a la Catedral. Las otras tres hermanas realizaban tareas diferentes: una en una clínica, otra en un hogar de un barrio periférico y otra coordinando las clases de religión de Primaria.

Cuando nuestro trabajo en el economato terminó, las hermanas prefirieron vivir en un barrio periférico y los Salesianos  les ofrecieron ir a Kasungami, en la Parroquia  que ellos regentaban, aunque no vivían en el lugar.  Y allí se instalaron el 20 de enero de 1989, ocupándose de educación, salud, ancianos abandonados, niños de la calle, enfermos mentales que vagaban sin rumbo, alumnos sin medios para seguir sus estudios y gente, sobre todo niños,  subalimentados… Y fue ahí donde empezamos a recibir las primeras postulantes y novicias.

Había que pensar ahora en la formación de las jóvenes que iniciaban el camino con nosotras y se juzgó oportuno abrir en la ciudad una nueva casa con esta misión, para acceder con más facilidad a los cursos y seminarios organizados por la Unión de Superioras Mayores, a nivel intercongregacional.

La oportunidad nos la brindó un sacerdote belga, párroco en el barrio de Ruashi. Allí se instaló la comunidad de formación el 19 de agosto de 1993. Eran los últimos tiempos del Presidente Mobutu y la situación política era compleja, reinando un gran desorden e inseguridad. En tres ocasiones nuestra casa fue objeto de pillaje y robo y ante la gravedad de la situación, se discernió  la conveniencia de dejar ese lugar. Las novicias viajaron con su formadora a Benín, integrándose en el Noviciado de aquel país, entonces Delegación general, para completar el año canónico. Mientras tanto, se inició la construcción de una nueva casa de formación, situada cerca del campus universitario de Lubumbashi, que fue inaugurada en octubre de 1998. Y el día 30 de ese mismo mes, emitió su Profesión perpetua nuestra primera hermana congoleña y las cuatro novicias que ya habían regresado de Benín, su Primera Profesión.

Abiertas a las necesidades que se iban presentando y acogiendo los signos que la Providencia de Dios ponía en nuestro camino, abrimos una nueva comunidad  para atender, en un primer momento, a niños de la calle. Más tarde, en 2009, se amplió la misión de esa comunidad, dando inicio a una Residencia para jóvenes universitarias. Posteriormente, por diversas circunstancias, las niñas en situación de riesgo fueron enviadas a Kasungami, integrándose en el hogar que allí funcionaba con esta misión, gestionado por las hermanas de esa comunidad. Y en Lubumbashi, en lugar del hogar de niñas, comenzó una Escuela maternal que, a día de hoy, se ha ido completando con la enseñanza Primaria y Secundaria. 

Desde el año 2014, como fruto del proceso de reestructuración congregacional, las cuatro comunidades existentes en la República Democrática del CONGO, forman parte de la Delegación general “Nuestra Señora de África”: Kansenia, en el corazón de la sabana;  Kasungami, en el extrarradio o anexo de Lubumbashi; la Casa de Formación y el Complejo escolar con la Residencia de estudiantes,  en la ciudad le Lubumbashi.

Personalmente, mi vida en el Congo ha sido un gran regalo. Me sentía en mi sitio. La gente era sencilla y muy acogedora; los jóvenes con muchas ganas de aprender… ¡era una gozada!  Feliz también al ver a tantas personas sin medios, que sabía que siempre sería recibida y cuidada con interés y cariño en el Hospital…, pues nadie tenía seguro médico, salvo los que, en los centros mineros trabajaban  en las empresas. Una vida de inserción plena en la misión.

No ceso de agradecer todo lo vivido y todo el amor recibido y ofrecido por todas las hermanas terciarias capuchinas que hemos tenido la gracia de trabajar y servir en la R.D. del  Congo.

Hna. María Carmen Sanz Lorente, Tc

(La Hna. María Carmen, autora de este artículo, formó parte del grupo fundador del Congo en 1971, habiendo permanecido en ese país durante 46 años; regresó a España en 2017).

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Lo amigoniano en mi vida

Imposible imaginar que con la jubilación, me llegaría también, la oportunidad de ampliar mi “Proyecto de Vida”.

Primer Contacto

La invitación a colaborar en el Colegio “Nuestra Señora de los Desamparados”, en San José de Costa Rica, desde la Coordinación Académica y la Subdirección, me pareció interesante y de entrada no le vi mayor dificultad: tenía respaldo académico suficiente y la experiencia para tal ejercicio. Acepté.

¡Ay de mí! No sabía yo lo que el Señor me tenía reservado: Acompañar en la noble tarea de la Educación, a los Docentes y Administrativos, pero con apellido… Amigonianos.

Del Padre Luis Amigó y Ferrer sabía que era capuchino y el Fundador de la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia  de la que forma parte mi propia hermana Damaris; tenía algún material que ella me había regalado pero que hacía fila para ser leído. Las estampitas y medallas me encantaban (desde siempre, todo lo sacro, me despertaba especial gusto).

Autoaprendizaje

Lo que inició por necesidad, orgullo profesional y responsabilidad, se convirtió en pasión, gusto y parte fundamental de mi Proyecto de Vida.

La estancia en un Centro Educativo Amigoniano fue un constante reto y aprendizaje. La Cátedra Amigoniana, las efemérides cívicas y religiosas cobraban un matiz diferente para mí. La oportunidad de evangelizar desde la asignatura, era impresionante cómo también lo era la cercanía, la fraternidad, la solidaridad del clima laboral que casi siempre acompañaban la cotidianidad.

Movimiento Laical Amigoniano (MLA)

De la mano de la Hna. Ana Jessie Castillo, terciaria capuchina, inicié ya el “Caminar Amigoniano”, en el Grupo MLA Casa provincial, Barrio Córdoba de San José C.R. Un grupo exquisito en el trato, responsable con su formación en las dimensiones humana, cristiana y carismática, como lo contempla la Forma de Vida. Hice mío el objetivo que propone el temario MLA-Adultos de “Valorar el seguimiento de Jesús desde la propuesta del Padre Luis Amigó y su amor preferente por el necesitado, en actitudes de misericordia en la propia familia y en el entorno”. Estoy muy lejos de cumplir ese objetivo, pero mientras tenga vida…

Cuatro años después de iniciar mi camino en el MLA, hice el COMPROMISO, nada menos que en la Capilla de la Sagrada Familia de las Hermanas en la Casa Madre de Massamagrell (Valencia-España), junto al Altar de Dios y muy cerquita del Sepulcro del Padre Luis…

Gratitud  

Una serie de vivencias me permitieron ahondar en el quehacer Amigoniano:  La Ruta Amigoniana, La Ruta de Asís, la Ruta de Colombia, la Ruta de Guatemala… por citar algunas experiencias que no puedo menos que considerarlas regalos de pura Misericordia. La visita a instituciones de Reeducación, el escuchar a los jóvenes, el proceso vivido; apreciar la fraternidad y convivencia en los Hogares de niñas en riesgo, los Centros de Salud y Centros de Nutrición, fue literalmente cátedra para mí, de Pedagogía Amigoniana en acción.

Invaluable la experiencia de compartir, por ejemplo, la Liturgia de las Horas, en la Comunidad de Hermanas Mayores y también con Hermanos Mayores, apreciar cómo sus voces casi apagadas de ordinario se convertían en júbilo y vida al entonar los himnos y dar gracias al Señor…

¡Cuán maravilloso es este CARISMA que hasta en la enfermedad o, en el ocaso, construye fraternidad!

Ser miembro de la Comisión Intercongregacional Luis Amigó, fue otra gran escuela, en especial tres   de las tareas que me fueron asignadas, que por sencillas me dieron mayor riqueza: indagar en las diferentes “Hojas Informativas de la Vida y Obra del Padre Luis”, lo que expresan las personas que se sienten agraciadas por su intercesión. Maravilloso constatar la devoción y agradecimientos por favores recibidos. La segunda, revisar el material que a la fecha existía en redes sociales, sobre la vida y obra del Padre Fundador; la tercera encomienda me permitió leer la prolífera producción de material del MLA enviada por las diferentes comunidades del mundo en donde está presente nuestra Congregación de Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, custodiada con primoroso celo, en la Secretaría de la Casa general de las Hermanas, en Roma.  

¿Nuestra Congregación? Sí, leyó bien mi querido colega Laico… Somos una Obra de la Congregación, de nuestra Congregación. Por ello, como integrantes del MLA debemos conocer, amar y compartir la Vida y Obra del Padre Luis, pues compartimos Misión y Espiritualidad.

Hoy mi salud ya no es la misma… pero el alero Amigoniano es tan amplio… Participo en el Grupo MLA-Adultos santa Isabel de Hungría de la Casa Postulantado y de Hermanas Mayores de la Ribera, Costa Rica, a cargo de la Hna. Flora Virginia Garbanzo. La pandemia me deparó también el Grupo de Oración Madre del Rosario, virtual, en donde cada día a las cinco de la tarde nos conectamos Laicos, Cooperadores, Hermanos y Hermanas. También con la pandemia, nació a nivel provincial, “El Caminar Amigoniano”. ¡Todo es Gracia!

Lección aprendida

Dios no se deja ganar en generosidad y el Padre Luis es “el hombre que se fio de Dios”. Por tanto: que todo sea “para la Gloria de Dios y bien del menor”, cualquiera que sea su circunstancia. Casi siempre, yo soy esa “menor”… ¡Gracias, Padre Luis! ¡Gracias, Señor, por llamarme!

María Teresa Araya Chavarría, Mla

(La Ribera de Belén, Heredia. Costa Rica)

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Clara, faro de inspiración y guía, dentro y fuera

«¡Cuán viva es la fuerza de esta luz, y qué vehemente su claridad! Mas esta luz permanecía cerrada en el secreto de la clausura, e irradiaba fuera destellos luminosos; se recluía en el estrecho cenobio, y se difundía por todo el mundo. Se recogía dentro y se extendía fuera. Porque Clara, moraba oculta, mas su conducta era notoria. Clara callaba mas su fama era un clamor…” (cf. Bula de canonización. FF, 3284).

Al acercarse  la fiesta de santa Clara de Asís (1194-1253) el 11 de agosto, he estado reflexionando sobre la importancia  de su espiritualidad en la actualidad.

Clara de Asís es una de las grandes mujeres de la tradición cristiana y franciscana. En el contexto del mundo medieval del siglo XIII, Clara vivió y luchó con muchos de los problemas que están presentes también en nuestros días. En la vida, espiritualidad y obra de Clara de Asís todavía podemos encontrar respuesta a muchas de las preguntas y desafíos del mundo de hoy.

En nuestra realidad actual llena de tanto miedo, incertidumbre, violencia, enfermedad y muerte, causados por la pandemia, distinciones egoístas y hostilidad entre ricos y pobres, conflictos políticos, guerra y crisis medioambiental, Clara tiene mucho que enseñarnos sobre cómo vivir juntos en nuestro planeta tierra como hermanas y hermanos, todos hijos del único Dios. Como primera mujer franciscana, abrió caminos dándonos un ejemplo brillante de respuesta femenina a los desafío y valores del Evangelio.  Al poner todos los dones que la distinguieron al servicio de los demás, modeló una postura de liderazgo complementario. Mientras san Francisco movía el mundo con su extrovertido liderazgo carismático, santa Clara edificó silenciosamente “estructuras más fuertes” detrás de los muros del claustro.

“El Domingo de Ramos de 1212, Clara dio un paso audaz en su camino espiritual. Renunció a su posición privilegiada dentro de la nobleza y recibió el atuendo de los seguidores de Francisco. Eventualmente se instaló en san Damián, en una pequeña iglesia reparada por Francisco, justo debajo de la ciudad de Asís. Bajo la guía de Dios, Clara creó un nuevo camino para las mujeres, abrazando la pobreza, la humildad y la caridad como compañeras de camino”.

La vida de absoluta pobreza de Clara rompe con todos los atractivos de nuestra cultura consumista. Ella conoció al Único en Quien creía y ese Único fue su total suficiencia. “El único deseo de Clara era anclarse como una rama de la Divina vid; ser el Espejo de la Eternidad en la forma en que vivió su vida con sus hermanas y en la profundidad de su oración y contemplación del Cristo Crucificado y del Señor Resucitado. De esta manera, se dejó transformar en la imagen – el espejo – de la Divinidad misma”.

Clara nos enseña también cómo se construye una verdadera comunidad basada en la obediencia de amor. Su ejemplo de un liderazgo de servicio fue notablemente evidente. En el Testamento que escribió, se destaca la gracia de la fraternidad. Ella dijo: “Hay que prestar una cuidadosa atención al modelo de las relaciones”. Y esto precisamente porque ella imaginó una vida enclaustrada en la que la dinámica de las relaciones humanas es de máxima importancia. Creamos relaciones haciendo cosas juntas. “Nuestras relaciones con otras hermanas deben ser de apoyo”. Para Clara, la “hermana en el cargo” (no usó el término “abadesa”) debe ser una buena oyente, viendo en cada persona alguien a quien Jesús ha mirado y llamado. Ella deseaba que sus hermanas estuvieran nutridas, espiritual, emocional y físicamente. Porque esta es la naturaleza de la maternidad, dar vida.

 “La imagen del espejo era una de las imágenes favoritas en los escritos de Clara. El espejo es una visión y un símbolo. Hablaba de la profundidad de la realidad de Cristo reflejada en la persona humana. En su carta a Inés de Praga le aconseja que se mire en ese espejo que significa Cristo y contemple en él la pobreza, la humildad y, fundamentalmente, el amor sacrificado de nuestro Señor. Este espejo no solo está ahí para reflejar el amor redentor de nuestro Señor sino, que para ella, en la comunidad no hay lugar para ninguna distinción de clases o cualquier otra forma de discriminación: se aceptaba a todas las que se sentían llamadas a su forma de vida. Porque, según ella, la aceptación de los demás es la primera pobreza. Exhortó a sus hermanas a que mostraran con sus obras el amor que se tenían unas a otras para que las hermanas pudieran amar a Dios y a las demás con mayor intensidad”.

Hoy, enfrentamos consecuencias terribles debido a nuestra falta de reverencia por la creación. La crisis ambiental es el resultado de una falta de aprecio por las cosas buenas que nuestro Dios nos ha dado para nuestro beneficio. La existencia misma de la vida de nuestro planeta necesita una nueva visión. Nosotros, los seres humanos, a menudo no nos damos cuenta de nuestra interconexión con nuestra madre tierra. Perdemos de vista nuestra gran responsabilidad de cuidar nuestra casa común. Clara vio el reflejo de un Creador amoroso de todas estas maravillas creadas. En palabras de la propia Clara: “Que Dios sea alabado siempre y en todas las cosas”

Clara fue una mujer de oración, fortaleza y coraje, de sabiduría e intuición. Nos enseña la primacía de Dios y la gran importancia de la oración. Su luz se proyecta fuera porque su vida interior estaba profundamente anclada en Dios, su Padre amoroso. Como decía san Juan Pablo II: “Toda su persona fue Eucaristía porque desde su claustro elevaba una continua ‘acción de gracias’ a Dios…”

La espiritualidad apasionada de Clara continúa inspirándonos hoy a nosotras: «Nos convertimos en lo que amamos, y Aquel a quien amamos da forma a aquello en lo que nos convertimos».

 “Mírate en ese espejo todos los días… y siempre estudia tu rostro allí” (Clara, cuarta carta a la Beata Inés de Praga, 1245).

Clara sentía una profunda gratitud por la inmensa bondad de Dios, se consideraba privilegiada por haber sido llamada a tal vida. Profunda gratitud que la hizo exclamar como sus últimas palabras: “Bendito seas, oh Dios, por haberme creado”. El mismo Francisco la llamó ‘Cristiana’, la mujer cristiana. En verdad, fue fiel a su nombre de bautismo, Clara -que significa luz, clara e ilustre luz-. Una verdadera cristiana que dio un fuerte testimonio de la Luz de Cristo incluso desde su claustro. Su luz brillante que emana del mismo Cristo inspira y continúa derramando rayos de paz y esperanza en todos los rincones del mundo.

Hna. Mapin M. Pineda, Tc