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Día de los muertos en la cultura mexicana

Los  recuerdos vividos en mi hogar son como  gotas de agua  que  refrescan mi vida diaria. La celebración  del “día de  muertos” o “todosantos” como le decían mis  abuelos era una  celebración-fiesta que esperábamos con mucha  alegría. Desde el mes de enero o febrero escuchábamos al abuelo o papá  decir “ese cerdo”  (marrano, cochino, chancho) es para los difuntitos y todo el año se engordaba hasta llegar la  fecha del 31 de octubre cuando se  mataba el animal y entorno a  este ritual todo era  alegría, encuentro, compartir; con la  carne  del cerdo se preparaban los  tamales para el altar o para llevar al panteón (cementerio).

En Tabasco que es mi tierra, situada al sur de  México, se  hacen dulces de papaya y pozol que es una bebida  de  maíz  con cacao, para regalar  a las  familias y vecinos  más cercanos y, por supuesto,  para poner  en el altar. Recuerdo que nosotros  los más pequeños, limpiábamos las hojas de plátano para los tamales y hacíamos los floreros  con  botes de  vidrio; las  flores eran las que  el campo daba en ese tiempo y algunas otras del jardín de mamá. La  flor de cempasúchil la hacíamos  con papel  crepe y mis  tíos  picaban el papel china con dibujos de calavera con  el que decorábamos. La ofrenda o altar de mi casa lo presidía  una imagen  grande de la Virgen del Carmen que teníamos junto con una  imagen de un Cristo de madera y la foto de nuestros  difuntos.  Mi abuelo decía “a tu  abuela  le  gustaba  esto”  y eso era lo que poníamos en  el altar de muerto, “su comida preferida”.

Además  de los alimentos  que poníamos se colocaba sal, un vaso con agua y sahumerio con copal (incienso) y por supuesto las espermas (velitas o cirios). Todo esto se hacía  entre el  31 de octubre y 1 de noviembre, ya  que según nuestras  costumbres se creía que  los  difuntos  empezaban a llegar  desde las 3 de la  tarde, según la muerte que hubieran tenido.

En nuestra casa  esperábamos  hasta  las  10 de la noche del día  primero y en  ese  tiempo se recordaba a los  que murieron. Mi abuelo platicaba sobre lo que hacían y les  gustaba  a los que  se nos adelantaron, recordábamos hasta los tatarabuelos y todo los  nombres de personas  conocidas. En esa hora  encendíamos las  velas, una por cada  difunto y una  por  el ánima  sola;  mamá  dirigía  el rosario y todos rezábamos y  cantábamos: “Salgan, salgan, salgan, ánimas  de pena  que el rosario santo  rompa  sus  cadenas…”. Al terminar el rosario  conscientes  de que  ya estaban con nosotros,  comíamos tamales  con café y aguardiente.

El día  2 de noviembre  nos íbamos todos  al cementerio donde  estaba enterrada la  mamá  de mi papá y  visitábamos otro  donde  estaban los papás de mi mamá.  Allí  rezábamos el rosario y  si nos encontrábamos con los otros  familiares  compartíamos  los  tamales. Este  día  no se  trabaja,  pues la tradición dice  que si se trabaja, se espanta a los difuntos. Todo el mes  de  noviembre rezábamos el rosario quemando  velitas  y  mamá nos decía  que no podíamos  acostarnos después  de las  12 de la noche porque  las  animitas  nos iban a llevar… y así crecimos.

Ahora el altar de  muertos de mi casa familiar ya tiene más fotos pero sigue  siendo  la  misma  tradición aunque con un sentido más religioso;  recordar  a nuestros  seres  queridos con gratitud llena nuestro corazón de amor hacia  ellos y no  podemos  evitar  que  quizás alguna  lágrima  ruede por nuestras  mejillas.

Pero también  les  quiero  contar que  el origen de  esta  tradición mexicana se remonta a la época prehispánica.

Esta fiesta es  una  de las más importantes del pueblo mexicano, es un día muy especial pues celebramos de forma muy particular lo que consideramos la visita anual de los espíritus de nuestros seres queridos fallecidos. 

Esta  tradición prehispánica según  los historiadores, dice que  los mexicas tenían varios periodos a lo largo del año para celebrar a sus muertos, los más importantes se realizaban al terminar las cosechas, en el mes de agosto, y se creía  que  cuando alguien moría iba a un lugar de abandono, de tristeza donde  se está perdiendo la memoria y donde nunca comían nada; solamente en el mes  de  agosto, mes de las  cosechas, en la primera parte del mes, se permitía a los niños que  vinieran a comer con sus  familiares y la segunda parte del mes, los adultos.

La sociedad azteca creía que la vida continuaba aun en el más allá, por eso consideraba la existencia de cuatro “destinos” para las personas, según la forma de morir. El más  común era  El Mictlán, lugar al que iban la mayoría de los muertos. 

Con la llegada de los españoles, el Día de Muertos no desapareció por completo, como otras fiestas religiosas mexicas. Los evangelizadores descubrieron que había una coincidencia de fechas entre la celebración prehispánica de los muertos con el día de Todos los Santos, dedicado a la memoria de los santos que murieron en nombre de Cristo.

Recordemos que la fiesta de Todos los Santos inició en Europa en el siglo XIII y durante esta fecha las reliquias de los mártires católicos eran exhibidas para recibir culto por parte del pueblo. También había una sincronía con la celebración de los fieles difuntos, realizada justo un día después de Todos los Santos. Fue en el siglo XIV cuando la jerarquía católica incluyó en su calendario dicha fiesta y esto se aprovechó en  México. Fue así como el Día de Muertos se redujo a tan solo dos días, el 1 y 2 de noviembre.

Las costumbres prehispánicas que  existían aún a la llegada  de los Europeos consistían en incinerar a los muertos o enterrarlos en el hogar; éstas fueron eliminadas y los cadáveres empezaron a depositarse en las iglesias (los ricos adentro y los pobres en el atrio). Se adoptaron algunas  costumbres, como el consumir postres con forma de huesos que derivaron en el popular pan de muerto y las calaveritas de azúcar.

También comenzó la costumbre de poner un altar con veladoras o cirios; de esta forma los familiares rezaban por el alma del difunto para que llegara al cielo. De igual manera, se hizo tradicional la visita a los cementerios, los cuales fueron creados hacia finales del siglo XVIII, como una forma de prevenir enfermedades, construyéndolos a las afueras de las ciudades.

Actualmente esta tradición, como mencionaba, es  una de las más  importantes del pueblo mexicano con un sentido espiritual, que ha crecido más considerando los tres estados de la  Iglesia; de esta  forma hacemos  comunión, ya que  al mismo altar  de muerto  u  ofrenda, se le da otro sentido cristiano. Los  católicos ponemos una ofrenda en homenaje a nuestros hermanos  difuntos y familiares  y los elementos más comunes son el agua, que nos recuerda  el  bautismo; las velas, como signo del Cristo resucitado; el retrato de la persona fallecida, expresando que  sigue  viviendo en nuestra mente y corazón y el pan de muerto, las flores de cempasúchil, calaveritas de azúcar y chocolate, incienso, papel picado, y platillos que los difuntos disfrutaban en vida  son parte  de  nuestra celebración sin caer en el sincretismo. Todo lo hacemos como recuerdo de quienes ya nos han dejado, pero lo peculiar es que  todo  lo que usamos  en la ofrenda  toma  sentido  cristiano.

HNA. MARCELA CUNDAFÉ CRUZ, TC

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«A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7)

 “Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen los muros de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”.

(San Pablo VI en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, el 29 de septiembre de 1963)

Al final del Jubileo de la Misericordia, en el año 2017, el Papa Francisco instituyó, el Domingo XXXIII del tiempo ordinario, la Jornada Mundial de los Pobres, con el fin de “que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados”.

En cada Jornada el Papa nos ha ido regalando una palabra de la Escritura que nos ilumina y ayuda a ser compasivos frente al sufrimiento de nuestros hermanos. Resalto aquí algunas partes de los cinco mensajes. En la I Jornada, con el texto bíblico: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (1 Jn 3,18), nos invitó a la coherencia de vida. Insistió en que “el amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo, especialmente cuando se trata de amar a los pobres”.

Fue muy significativo para la Familia Terciaria Capuchina que, como en varios de sus escritos, en la I Jornada Mundial de los Pobres, el Papa presentara a san Francisco de Asís como referente de amor a los pobres por su coherencia de vida. En esta ocasión dijo de él: “Mantuvo los ojos fijos en Cristo, por eso fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres…”, citando Test 1-3;  y subrayó que el testimonio de  Francisco de Asís muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.

Con el texto bíblico de la II Jornada «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (cf. Sal 34,7), el Papa resaltó que Dios “escucha”, “responde” y “libera” al pobre a través de nosotros. “La salvación de Dios adopta la forma de una mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible, comienza un genuino itinerario de liberación”. También, con este mensaje hizo un fuerte cuestionamiento: “¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? ¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?”.

En la III Jornada toma nuevamente un salmo: «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (cf. Sal 9,19). El Papa, con realismo y con el profetismo que lo caracteriza, denuncia las numerosas formas de nuevas esclavitudes a las que están sometidos hoy millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños. Insiste sobre todo en las personas que han tenido que abandonar su tierra: “¿Cómo olvidar, además, a los millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad? ¿Y qué decir de las numerosas personas marginadas y sin hogar que deambulan por las calles de nuestras ciudades?”.

También hizo referencia a la estigmatización que, como una cruz, en todos los tiempos y lugares,  tienen que cargar los pobres sobres sus vidas: “Considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza. Se está siempre alerta para juzgarlos. No pueden permitirse ser tímidos o desanimarse; son vistos como una amenaza o gente incapaz, sólo porque son pobres”. Y nuevamente coloca a Jesús como pobre y con los pobres:  “Ante esta multitud innumerable de indigentes, Jesús no tuvo miedo de identificarse con cada uno de ellos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Huir de esta identificación equivale a falsificar el Evangelio y atenuar la revelación”.

En la IV Jornada “Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32), el Papa insistió en que “la comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales”.

Y este año, en la V Jornada, el Papa Francisco toma un texto evangélico polémico: «Porque pobres tendréis siempre con vosotros» (cf. Mc 14,7). Hay quienes, tal vez, para evadir el compromiso con los pobres y lo que es más grave para justificar la pobreza, dicen: Si Jesús aseguró “Pobres tendréis siempre con vosotros”, si es una realidad que siempre estarán con nosotros, no tendríamos que preocuparnos por ellos… siempre estarán, es una realidad que no se puede superar…

La primera fue la indignación de algunos de los presentes, entre ellos los discípulos que, considerando el valor del perfume, unos trescientos denarios, equivalentes al salario anual de un obrero, pensaron que habría sido mejor venderlo y dar lo recaudado a los pobres. Según el Evangelio de Juan, fue Judas quien se hizo intérprete de esta opinión: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para darlos a los pobres?” No es casualidad que esta dura crítica salga de la boca del traidor, es la prueba de que quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos.

Jesús dijo: “¡Déjenla! ¿Por qué la molestan? Ha hecho una obra buena conmigo” (Mc 14,6). Jesús les recuerda que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y es también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, que el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer. Ella, con su sensibilidad femenina, demostró ser la única que comprendió el estado de ánimo del Señor. Esta mujer anónima, destinada quizá por esto a representar a todo el universo femenino que a lo largo de los siglos no tendrá voz y sufrirá violencia, inauguró la significativa presencia de las mujeres que participan en el momento culminante de la vida de Cristo: su crucifixión, muerte y sepultura, y su aparición como Resucitado. Las mujeres, tan a menudo discriminadas y mantenidas al margen de los puestos de responsabilidad, en las páginas de los Evangelios son, en cambio, protagonistas en la historia de la revelación.

Esta fuerte “empatía” entre Jesús y la mujer, y el modo en que Él interpretó su unción, en contraste con la visión escandalizada de Judas y de los otros, abre un camino fecundo de reflexión sobre el vínculo inseparable que hay entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio. “No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del señor y su reino (cf. Mt 5,3)”.

Hermanas y hermanos, como Familia Terciaria Capuchina, ¿estamos listos para acoger la llamada concreta y urgente del Señor, a través del Papa Francisco en la V Jornada Mundial de los Pobres? ¿Ya estamos respondiendo?: “No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden, en los centros de refugio y acogida… Es importante entender cómo se sienten, qué perciben y qué deseos tienen en el corazón”.

HNA. LILIA CELINA BARRERA RAMÍREZ, TC

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“Debemos estar aquí el uno para el otro porque Dios nos ha mostrado que él está aquí para nosotros” (Santa Isabel de Hungría)

Para poder hablar de una mujer que dejó huella en la Iglesia y en la sociedad entera nos ayudará el bucear en los escritos que hablan acerca de alguien tan excepcional. Isabel de Hungría nació en 1207, aproximadamente en el tiempo cuando nuestro padre Francisco está reparando la iglesia de san Damián. Cuando Isabel cumplió apenas cuatro años, su padre Andrés II la desposa con el joven príncipe Luis de Turingia, por lo tanto, tuvo que trasladarse a Turingia, al Castillo de Wartburg en Alemania, donde ella creció con su futuro esposo. Se casaron en 1220 y su matrimonio fue muy feliz. Tuvieron tres hijos: Germán, el heredero del trono, Sofía y Gertrudis. Después de la dolorosa muerte de su amado esposo, se vio obligada a abandonar el castillo de Wartburg. Fue a Marburgo, donde instaló un hospital y se ocupó de los enfermos. El Viernes Santo de 1229 ingresó en la Tercera Orden de san Francisco y vistió el hábito. Poco más tarde,  el 17 de noviembre de 1231, murió a la edad de 24 años. Isabel fue la primera santa franciscana canonizada (1235), siete años después que nuestro padre san Francisco (1228).

Aunque Isabel procedía de una familia aristocrática, siempre, aun siendo muy joven, se preocupaba por la gente de baja condición. A lo largo de toda su vida experimentó muchos cambios, rupturas y una gran soledad. Salir del lugar donde había nacido y empezar a vivir en otro país, debiendo aprender la lengua y costumbres diferentes, comprometerse cuando aún era una niña de cuatro años (aunque es cierto que se acostumbraba así en los tiempos que vivía), perder a su madre cuando era muy joven y más adelante a su querido esposo, por lo que tuvo que abandonar el castillo y además la separaron de sus hijas… Todo esto marcó su itinerario personal y espiritual definitivamente. Quizás el hecho de perder a su madre de muy joven, le ayudó a desarrollar esas características que identifican su personalidad: una gran sensibilidad, humildad, misericordia y cuidado por los más necesitados.

Santa Isabel ha inspirado a muchos artistas (pintores y escultores) y su personalidad extraordinaria queda reflejada en los siguientes rasgos: misericordia y amor hasta el extremo, lo que muestran varios cuadros (según las leyendas): Isabel acuesta a un pobre en su cama y al enterarse su familia, quitaron la manta pero se encontraron con un crucifijo acostado. Cercanía y atención con el mundo marginado: fundó varios hospitales, donde personalmente atendía, curaba, limpiaba a los enfermos  más repugnantes. Isabel está siempre tendiendo  la mano al pobre. Penitencia y oración. Isabel desarrolló desde su niñez una relación profunda e íntima con Jesús y fue creciendo y afianzándose en esta relación a lo largo de toda su vida. Fue  acompañada por un fraile franciscano que le introdujo en la vida penitente-franciscana y dos años antes de su pascua, viste el hábito de la Tercera Orden de san Francisco.

Según los datos históricos, el primer contacto que tiene Isabel con el estilo de vida del hermano Francisco, sucede aún en  vida del Pobre de Asís, en el año 1223, cuando el Papa Honorio aprueba la Regla bulada de la Orden franciscana.

Un pintor del siglo XVII-XVIII, Lucas de Valdés, en un cuadro de la santa, plasma las características de esta mujer y destaca muy bien algunas de sus cualidades: su relación profunda con Cristo, la misericordia y cuidado por la persona necesitada, su espacio íntimo (la cama matrimonial) donde está ubicada la imagen del Crucifijo, los pobres que esperan para ser atendidos y las damas que acompañan a Isabel; en otras palabras, lo que va orando y enamorando su corazón, lo va transmitiendo al mundo, a la sociedad en la que vive. Su posición social no la paraliza ni la aparta del mundo sufriente y abrumado por la pobreza, necesitado de amor. Se sabe que a lo largo de su vida se despojó de sus joyas, vestidos, renunció a su bienestar y repartía comida a los que pasaban necesidad.

Esta imagen nos puede ayudar a contemplar la vida de una mujer profunda, sencilla, abandonada en las manos Dios, pendiente de otros y capaz de poner en juego todo lo que es y tiene al servicio de los necesitados. Evidentemente,  pone en práctica las palabras de san Francisco: “… Aquellos que han sido colocados sobre los demás, gloríense de tal prelacía tanto como si hubieran sido encargados del oficio de lavar los pies a los hermanos” (Adm 4). “No he venido a ser servido, sino a servir (Mt 20,28), dice el Señor.

Santa Isabel nos puede servir como modelo a través de su oración continua, profunda y afianzada en Cristo; desde esta relación íntima se ve impulsada a salir al encuentro de los demás. Su manera de actuar con los pobres nos puede inspirar a pedir un corazón abierto a las necesidades de las personas concretas que se presentan delante de nosotros cada día.

HNA. LUCIA KONTSEKOVA, TC       

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Curso congregacional de preparación a la Profesión perpetua

La pandemia del Covid-19 que ha trastocado tantas realidades en nuestra vida personal, social, congregacional…, impidió también por razones obvias que se convocara el JUNICON 2021 en la fecha acostumbrada, puesto que en las ediciones anteriores ha dado comienzo siempre, prácticamente, en el mes de enero.

Tras la espera de varios meses, llegó por fin la hora para las Junioras de toda la Congregación de acudir a la cita, de hacerse presentes para iniciar un camino intenso de formación, de encuentro intercultural, de experiencias personales y fraternas que sin duda marcan la vida de cada hermana que ha ido pasando por esta estructura congregacional, llena de vida.

Otra novedad que presenta este año el JUNICON es la Sede del  mismo que, aunque continúa enclavada en Medellín (Colombia), se sitúa ahora en el barrio de Belén, con un espacio propio que ha sido reestructurado y, terminados los trabajos oportunos, ha podido “estrenar” el grupo de hermanas del 2021.

La fecha de llegada de las junioras a la comunidad del JUNICON se fijó para el 1º de septiembre pero fue el día 8, fiesta de la Natividad de María y también de Ntra. Sra. de Montiel, cuando comenzó esta etapa formativa en el marco de una eucaristía solemne, a la que asistieron diversas hermanas de las comunidades cercanas. El tiempo de preparación concluirá en los primeros días del mes de marzo 2022.

Como decíamos, la interculturalidad es el escenario de este encuentro de hermanas, que en esta ocasión son nueve, originarias de Colombia, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Tanzania y Benín, acompañadas por Hna. Mª Anabelle Céspedes Morales, 3ª Consejera general, de Costa Rica, designada por la Superiora general para caminar por estos seis meses, con este grupo de junioras, junto con Hna. Beatriz del Socorro Cortés Gómez, colombiana, quien ya ha ejercido esta misión con grupos anteriores.

Las nueve junioras con sus dos acompañantes forman una verdadera comunidad de vida, llevando a cabo su proyecto en función del objetivo del curso. Todo está programado, los seminarios de estudio, visitas y relación con las comunidades, encuentros con diversas realidades, actividades pastorales, la preparación del día cultural de cada país, el mes de Ejercicios Espirituales… Pero la programación no quita espacio a la creatividad, al aporte personal, al compartir de experiencias que son fuente de conocimiento y riqueza para cada una.

Al finalizar este tiempo de gracia, cada una de las hermanas emitirá su Profesión perpetua en su respectivo país. Pero de momento, paso a paso…

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La apertura del Sínodo, un acontecimiento de gracia

El 10 de octubre de 2021, con una solemne Eucaristía celebrada en la Basílica vaticana de san Pedro, el Papa abrió el camino sinodal que finalizará con la celebración de la XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos cuyo tema es precisamente la sinodalidad.

Este Sínodo se presenta, en su desarrollo, con formas y fases inéditas porque no se va a realizar solo en el Vaticano, sino en cada Iglesia particular de los cinco continentes y es la primera vez, en la historia de esta institución, que un Sínodo se lleva a cabo de manera descentralizada. La apertura del Sínodo en las Iglesias locales está prevista para el domingo 17 de octubre de 2021.

El proceso sinodal sigue un itinerario de tres años dividido en tres fases marcadas por la escucha, el discernimiento y la consulta. La primera etapa (octubre de 2021 – abril de 2022) se dirige a las Iglesias diocesanas individuales; en la segunda (septiembre de 2022 – marzo de 2023), con carácter continental, tendrá como finalidad el diálogo partiendo del texto del primer Instrumentum laboris y, finalmente, en el mes de octubre de 2023, tendrá lugar la última fase del camino sinodal que involucrará a la Iglesia universal.

En su homilía, el Papa Francisco exhortó a cada comunidad eclesial a encontrarse, escuchar y discernir guiados por la Palabra, afirmando que la Palabra nos abre al discernimiento y lo ilumina. El Papa subrayó que el Sínodo no debe ser ni una «convención» eclesial, ni un encuentro de estudio o un congreso político y ni siquiera un parlamento, sino un acontecimiento de gracia, un proceso de curación dirigido por el Espíritu que debe ayudarnos a liberarnos de lo que es mundano, de nuestras cerrazones y de nuestros repetitivos modelos pastorales y a cuestionarnos sobre lo que Dios quiere decirnos en este tiempo y en qué dirección quiere conducirnos.

Refiriéndose al Evangelio del día, Mc 10, 17-30, el Papa Francisco destaca cómo Jesús ayuda al joven rico a discernir su camino de conversión mostrándole que, por su propio bien, no es necesario añadir otros actos religiosos, sino, por el contrario, vaciarse de sí mismo vendiendo lo que ocupa su corazón para dejarle espacio a Dios. Este texto ilumina también el Sínodo que el Papa define como «un camino de discernimiento espiritual, de discernimiento eclesial, que se realiza en contacto con la Palabra de Dios» y requiere necesariamente dejar de lado todo lo que nos une a nuestras seguridades y quizás a nuestros sueños pero que ya no está en sintonía con los planes de Dios para la Iglesia y para el mundo.

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La erupción del volcán de la isla de La Palma (Canarias – España)

El día 19 de septiembre, el volcán de la Isla de La Palma (Canarias – España), entró en erupción provocando a su alrededor numerosos terremotos que continúan hasta la fecha, lanzando en el aire gases y cenizas y emitiendo una gran cantidad de lava que, una vez solidificada, crea estructuras rocosas que modifican el paisaje, de manera que la lava llegada hasta el mar está formando una nueva isla en este archipiélago del Océano Atlántico, perteneciente a España.  

Gracias a Dios hasta el momento no se han registrado víctimas mortales pero es incalculable el daño sufrido en la agricultura de la Isla (plataneras, viña, aguacates y otros cultivos), la salubridad del aire cada vez más cargado de toxicidad y, en resumidas cuentas, el sufrimiento que está provocando a los habitantes de esta tierra maravillosa que, si bien han acogido prontamente la orden de evacuación, muchos han perdido sus casas, sus recuerdos… y sus actividades de trabajo están seriamente afectadas, como también las infraestructuras.

Una vez más, una calamidad natural, no producida en esta ocasión por la contaminación ambiental, está afectando la vida de muchas personas y lleva al hombre a asombrarse frente a las incontrolables fuerzas de la naturaleza, a cuestionarse sobre el sentido de la existencia que, en un momento, puede cambiarlo todo y obliga a resituar la vida, el futuro.

Por otro lado, es digno de mención el movimiento de solidaridad que ha generado esta situación de emergencia. No sólo el Gobierno de la nación y de la comunidad canaria, sino diversas asociaciones y grupos de ciudadanos anónimos en distintas partes del país se han organizado de manera espontánea, se han unido para recoger fondos y enviarlos a los damnificados, pensando también en la reconstrucción de todo lo que el volcán está arrasando en la isla. Verdaderamente, el sufrimiento y la debilidad humana son espacios privilegiados para mover al hombre a la solidaridad, a dejar salir lo mejor del corazón de las personas, creando vínculos de fraternidad.