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La Navidad en Filipinas

A los filipinos les encanta divertirse y celebrar y la Navidad en Filipinas es la celebración navideña más larga del mundo. Da comienzo a partir  del día 1 de septiembre, inicio de los meses «bre» hasta la Fiesta del Santo Niño. «Bre Months» significa que se acerca la Navidad. Se puede percibir en las decoraciones y canciones en los parques, calles, casas, centros comerciales, hospitales, escuelas, autobuses, jeepneys, taxis y otros lugares públicos.

Filipinas tiene muchas costumbres y tradiciones y la más significativa y hermosa es la Navidad, tiempo para estar con la familia y los seres queridos. Tiempo de acción de gracias, reconciliación y celebración de la vida y el amor en la familia. Tiempo en el que los miembros de la familia que están fuera del país vuelven a casa para estar con sus seres queridos. Y a aquellos a quienes no les es posible por alguna razón, siempre añoran y extrañan estar en casa durante la Navidad en Filipinas.

Como dicen, «¡ES MÁS DIVERTIDO EN FILIPINAS!». Pero no es solo la «diversión», sino también el ambiente, la risa y la alegría de la gente que se comparte a pesar de muchas situaciones negativas, pobreza, hambre, desastres o calamidades naturales, etc. En Filipinas, especialmente durante la Navidad, hay una “pandemia” de compartir, amar y cuidarse mutuamente. Se organizan muchas actividades y programas de ayuda alimenticia en favor de orfanatos y otros grupos en necesidad. Junto a esto hay también mucha diversión.

Por último, uno de los platos fuertes de la Navidad es el «SIMBANG GABI», palabra en tagalog que significa «Misa en la noche» o «MISA DE GALLO» («Misa al amanecer»). Es una celebración eucarística de nueve días antes de la Nochebuena, en honor a la Santísima Virgen María que llevó a Jesús en su vientre durante nueve meses. En esta celebración, la mayoría de las personas que participan en ella creen que una vez completados íntegramente los nueve días de misa, sus «necesidades o los deseos de su corazón” les serán concedidos por Dios. De hecho, incluso la pandemia de Covid-19 no impidió que la gente asistiera a esta celebración. A pesar de las restricciones implementadas, todavía mucha gente, llena de una gran esperanza y fe inundó las iglesias. Esto de alguna manera muestra la resiliencia del pueblo filipino ante la adversidad, seguros de que por muy difíciles o desesperadas que sean las circunstancias, siempre existe esa luz que irradia en el corazón de cada persona, la luz que es Cristo mismo, el Dios hecho carne, y que habita entre nosotros, nuestra «Star ng Pasko» o la «Luz de la Navidad» que brilla en cada hogar, cada persona y cada familia o comunidad, incluso en tiempos de sufrimiento, dolor y pobreza.

A pesar de la realidad de la globalización y la modernización, la Navidad para los filipinos, tanto aquí en el país como en el extranjero es una «Navidad en nuestros corazones» como dice el título de la famosa canción de José Mari Chan, que se toca habitualmente el día 1 de septiembre. Su letra tiene un significado profundo y me gustaría subrayar algunos versos: «Dejemos que Él nos guíe, mientras comienza otro Año Nuevo, y que el espíritu de la Navidad, esté siempre en nuestros corazones …» Creo que la mayoría de los filipinos guardan esta súplica en sus corazones, especialmente aquellos que creen en Dios, más allá de la religión que profesen o de cualquier situación que estén experimentando en sus vidas. Espero y oro para que al celebrar esta Navidad, sea Jesús en el pesebre lo que recordemos, y que su presencia en nuestros corazones y en nuestras vidas sea lo que compartamos con los demás, especialmente con nuestros seres queridos, nuestras hermanas en la comunidad y con las personas que encontramos en la misión.

HNA. FRANCES LARAINE ANDRADE, TC  

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La Navidad en Colombia

Colombia es un país suramericano enriquecido con una cultura que es el resultado de la mezcla de europeos, de modo especial españoles, también de los pueblos indígenas y esclavos africanos.

Por esta razón la celebración de la Navidad tiene sus raíces en esta identidad cultural que la hacen única, manteniendo vivas las sólidas tradiciones católicas heredadas. En Colombia, ésta es la mejor época del año, oportunidad para el encuentro, la celebración y el regocijo familiar. Desde el mes de octubre se inician los preparativos en cuanto al ambiente, decoración de los hogares y espacios comunes en cada vereda, pueblo y ciudad; abundan en este quehacer, los colores, las luces, los alumbrados navideños, reconocidos mundialmente por su creatividad, vistosidad y belleza. Toda la preparación y las festividades se enrutan hacia el día 24 de diciembre, fecha en la que se celebra la gran noche del nacimiento del Niño Jesús.

Oficialmente las fiestas tienen su apertura el 7 de diciembre con la tradicional noche de las velitas; es la costumbre de encender velas en las calles, balcones y puertas de las casas, gesto para honrar la Inmaculada Concepción de María en las vísperas de su solemnidad; también se encienden los alumbrados y se da comienzo a los encuentros familiares y caminatas por las calles embellecidas con las luces.

Luego se da paso a la construcción del pesebre, que recrea a través de imágenes, el nacimiento de Jesús. Aquí cobran gran protagonismo San José, la Virgen María, el Niño Jesús, la mula y el buey; es una tarea familiar, así como lo es también la elaboración del árbol navideño decorado bellamente con bolas de colores, moños y guirnaldas. Estas actividades navideñas son oportunas para apreciar la originalidad, amor y creatividad que se derrochan.

A partir del 16 de diciembre y hasta la noche del 24, las familias se reúnen en torno al pesebre para rezar la novena de aguinaldos y cantar villancicos. Aquí los niños tienen su mayor participación haciendo gala de gran alegría y dejando fluir sus sueños y expectativas en torno a la gran celebración de la Natividad. Es una devoción católica que une a las familias y hoy se extiende al entorno social.

Llegada la “nochebuena”, se celebra el último día de la novena, precedida por el compartir de la cena navideña, preparada con las delicias típicas para esta fecha de acuerdo con las costumbres regionales, siendo un plato común los buñuelos, la natilla y los postres, entre otros. Luego se comparten los regalos “dejados por el Niño Jesús” para todos los que con fe y esperanza conmemoran este bello y familiar acontecimiento de la Navidad.

La fiesta se prolonga hasta el 25 de diciembre, solemnidad de la Natividad del Señor. Es un día para disfrutar los regalos, dando continuidad a los cantos, los bailes y reuniones imbuidas de la alegría y espíritu navideño.

Las celebraciones navideñas en Colombia finalizan el 31 de diciembre con la despedida del año viejo y bienvenida del año nuevo. Se reanudan las reuniones familiares, la cena, el brindis, las felicitaciones y celebraciones festivas hasta el amanecer. Para un gran número de católicos es de vital importancia la participación en la celebración de la Eucaristía de media noche, tanto en este día como en la noche del 24, adelantada en la mayoría de los casos acorde con la realidad y necesidades familiares.

Litúrgicamente, la Navidad culmina con la celebración de la solemnidad de la Epifanía del Señor, o como se le denomina comúnmente, la adoración de los Reyes Magos, cuya relevancia festiva en el caso de Colombia a nivel general, no es tan ponderante, aunque sí lo es para la Iglesia católica.

HNA. BLANCA NIDIA BEDOYA SALAZAR, TC

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Día de los muertos en la cultura mexicana

Los  recuerdos vividos en mi hogar son como  gotas de agua  que  refrescan mi vida diaria. La celebración  del “día de  muertos” o “todosantos” como le decían mis  abuelos era una  celebración-fiesta que esperábamos con mucha  alegría. Desde el mes de enero o febrero escuchábamos al abuelo o papá  decir “ese cerdo”  (marrano, cochino, chancho) es para los difuntitos y todo el año se engordaba hasta llegar la  fecha del 31 de octubre cuando se  mataba el animal y entorno a  este ritual todo era  alegría, encuentro, compartir; con la  carne  del cerdo se preparaban los  tamales para el altar o para llevar al panteón (cementerio).

En Tabasco que es mi tierra, situada al sur de  México, se  hacen dulces de papaya y pozol que es una bebida  de  maíz  con cacao, para regalar  a las  familias y vecinos  más cercanos y, por supuesto,  para poner  en el altar. Recuerdo que nosotros  los más pequeños, limpiábamos las hojas de plátano para los tamales y hacíamos los floreros  con  botes de  vidrio; las  flores eran las que  el campo daba en ese tiempo y algunas otras del jardín de mamá. La  flor de cempasúchil la hacíamos  con papel  crepe y mis  tíos  picaban el papel china con dibujos de calavera con  el que decorábamos. La ofrenda o altar de mi casa lo presidía  una imagen  grande de la Virgen del Carmen que teníamos junto con una  imagen de un Cristo de madera y la foto de nuestros  difuntos.  Mi abuelo decía “a tu  abuela  le  gustaba  esto”  y eso era lo que poníamos en  el altar de muerto, “su comida preferida”.

Además  de los alimentos  que poníamos se colocaba sal, un vaso con agua y sahumerio con copal (incienso) y por supuesto las espermas (velitas o cirios). Todo esto se hacía  entre el  31 de octubre y 1 de noviembre, ya  que según nuestras  costumbres se creía que  los  difuntos  empezaban a llegar  desde las 3 de la  tarde, según la muerte que hubieran tenido.

En nuestra casa  esperábamos  hasta  las  10 de la noche del día  primero y en  ese  tiempo se recordaba a los  que murieron. Mi abuelo platicaba sobre lo que hacían y les  gustaba  a los que  se nos adelantaron, recordábamos hasta los tatarabuelos y todo los  nombres de personas  conocidas. En esa hora  encendíamos las  velas, una por cada  difunto y una  por  el ánima  sola;  mamá  dirigía  el rosario y todos rezábamos y  cantábamos: “Salgan, salgan, salgan, ánimas  de pena  que el rosario santo  rompa  sus  cadenas…”. Al terminar el rosario  conscientes  de que  ya estaban con nosotros,  comíamos tamales  con café y aguardiente.

El día  2 de noviembre  nos íbamos todos  al cementerio donde  estaba enterrada la  mamá  de mi papá y  visitábamos otro  donde  estaban los papás de mi mamá.  Allí  rezábamos el rosario y  si nos encontrábamos con los otros  familiares  compartíamos  los  tamales. Este  día  no se  trabaja,  pues la tradición dice  que si se trabaja, se espanta a los difuntos. Todo el mes  de  noviembre rezábamos el rosario quemando  velitas  y  mamá nos decía  que no podíamos  acostarnos después  de las  12 de la noche porque  las  animitas  nos iban a llevar… y así crecimos.

Ahora el altar de  muertos de mi casa familiar ya tiene más fotos pero sigue  siendo  la  misma  tradición aunque con un sentido más religioso;  recordar  a nuestros  seres  queridos con gratitud llena nuestro corazón de amor hacia  ellos y no  podemos  evitar  que  quizás alguna  lágrima  ruede por nuestras  mejillas.

Pero también  les  quiero  contar que  el origen de  esta  tradición mexicana se remonta a la época prehispánica.

Esta fiesta es  una  de las más importantes del pueblo mexicano, es un día muy especial pues celebramos de forma muy particular lo que consideramos la visita anual de los espíritus de nuestros seres queridos fallecidos. 

Esta  tradición prehispánica según  los historiadores, dice que  los mexicas tenían varios periodos a lo largo del año para celebrar a sus muertos, los más importantes se realizaban al terminar las cosechas, en el mes de agosto, y se creía  que  cuando alguien moría iba a un lugar de abandono, de tristeza donde  se está perdiendo la memoria y donde nunca comían nada; solamente en el mes  de  agosto, mes de las  cosechas, en la primera parte del mes, se permitía a los niños que  vinieran a comer con sus  familiares y la segunda parte del mes, los adultos.

La sociedad azteca creía que la vida continuaba aun en el más allá, por eso consideraba la existencia de cuatro “destinos” para las personas, según la forma de morir. El más  común era  El Mictlán, lugar al que iban la mayoría de los muertos. 

Con la llegada de los españoles, el Día de Muertos no desapareció por completo, como otras fiestas religiosas mexicas. Los evangelizadores descubrieron que había una coincidencia de fechas entre la celebración prehispánica de los muertos con el día de Todos los Santos, dedicado a la memoria de los santos que murieron en nombre de Cristo.

Recordemos que la fiesta de Todos los Santos inició en Europa en el siglo XIII y durante esta fecha las reliquias de los mártires católicos eran exhibidas para recibir culto por parte del pueblo. También había una sincronía con la celebración de los fieles difuntos, realizada justo un día después de Todos los Santos. Fue en el siglo XIV cuando la jerarquía católica incluyó en su calendario dicha fiesta y esto se aprovechó en  México. Fue así como el Día de Muertos se redujo a tan solo dos días, el 1 y 2 de noviembre.

Las costumbres prehispánicas que  existían aún a la llegada  de los Europeos consistían en incinerar a los muertos o enterrarlos en el hogar; éstas fueron eliminadas y los cadáveres empezaron a depositarse en las iglesias (los ricos adentro y los pobres en el atrio). Se adoptaron algunas  costumbres, como el consumir postres con forma de huesos que derivaron en el popular pan de muerto y las calaveritas de azúcar.

También comenzó la costumbre de poner un altar con veladoras o cirios; de esta forma los familiares rezaban por el alma del difunto para que llegara al cielo. De igual manera, se hizo tradicional la visita a los cementerios, los cuales fueron creados hacia finales del siglo XVIII, como una forma de prevenir enfermedades, construyéndolos a las afueras de las ciudades.

Actualmente esta tradición, como mencionaba, es  una de las más  importantes del pueblo mexicano con un sentido espiritual, que ha crecido más considerando los tres estados de la  Iglesia; de esta  forma hacemos  comunión, ya que  al mismo altar  de muerto  u  ofrenda, se le da otro sentido cristiano. Los  católicos ponemos una ofrenda en homenaje a nuestros hermanos  difuntos y familiares  y los elementos más comunes son el agua, que nos recuerda  el  bautismo; las velas, como signo del Cristo resucitado; el retrato de la persona fallecida, expresando que  sigue  viviendo en nuestra mente y corazón y el pan de muerto, las flores de cempasúchil, calaveritas de azúcar y chocolate, incienso, papel picado, y platillos que los difuntos disfrutaban en vida  son parte  de  nuestra celebración sin caer en el sincretismo. Todo lo hacemos como recuerdo de quienes ya nos han dejado, pero lo peculiar es que  todo  lo que usamos  en la ofrenda  toma  sentido  cristiano.

HNA. MARCELA CUNDAFÉ CRUZ, TC

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«A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7)

 “Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen los muros de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”.

(San Pablo VI en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, el 29 de septiembre de 1963)

Al final del Jubileo de la Misericordia, en el año 2017, el Papa Francisco instituyó, el Domingo XXXIII del tiempo ordinario, la Jornada Mundial de los Pobres, con el fin de “que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados”.

En cada Jornada el Papa nos ha ido regalando una palabra de la Escritura que nos ilumina y ayuda a ser compasivos frente al sufrimiento de nuestros hermanos. Resalto aquí algunas partes de los cinco mensajes. En la I Jornada, con el texto bíblico: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (1 Jn 3,18), nos invitó a la coherencia de vida. Insistió en que “el amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo, especialmente cuando se trata de amar a los pobres”.

Fue muy significativo para la Familia Terciaria Capuchina que, como en varios de sus escritos, en la I Jornada Mundial de los Pobres, el Papa presentara a san Francisco de Asís como referente de amor a los pobres por su coherencia de vida. En esta ocasión dijo de él: “Mantuvo los ojos fijos en Cristo, por eso fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres…”, citando Test 1-3;  y subrayó que el testimonio de  Francisco de Asís muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.

Con el texto bíblico de la II Jornada «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (cf. Sal 34,7), el Papa resaltó que Dios “escucha”, “responde” y “libera” al pobre a través de nosotros. “La salvación de Dios adopta la forma de una mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible, comienza un genuino itinerario de liberación”. También, con este mensaje hizo un fuerte cuestionamiento: “¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? ¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?”.

En la III Jornada toma nuevamente un salmo: «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (cf. Sal 9,19). El Papa, con realismo y con el profetismo que lo caracteriza, denuncia las numerosas formas de nuevas esclavitudes a las que están sometidos hoy millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños. Insiste sobre todo en las personas que han tenido que abandonar su tierra: “¿Cómo olvidar, además, a los millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad? ¿Y qué decir de las numerosas personas marginadas y sin hogar que deambulan por las calles de nuestras ciudades?”.

También hizo referencia a la estigmatización que, como una cruz, en todos los tiempos y lugares,  tienen que cargar los pobres sobres sus vidas: “Considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza. Se está siempre alerta para juzgarlos. No pueden permitirse ser tímidos o desanimarse; son vistos como una amenaza o gente incapaz, sólo porque son pobres”. Y nuevamente coloca a Jesús como pobre y con los pobres:  “Ante esta multitud innumerable de indigentes, Jesús no tuvo miedo de identificarse con cada uno de ellos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Huir de esta identificación equivale a falsificar el Evangelio y atenuar la revelación”.

En la IV Jornada “Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32), el Papa insistió en que “la comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales”.

Y este año, en la V Jornada, el Papa Francisco toma un texto evangélico polémico: «Porque pobres tendréis siempre con vosotros» (cf. Mc 14,7). Hay quienes, tal vez, para evadir el compromiso con los pobres y lo que es más grave para justificar la pobreza, dicen: Si Jesús aseguró “Pobres tendréis siempre con vosotros”, si es una realidad que siempre estarán con nosotros, no tendríamos que preocuparnos por ellos… siempre estarán, es una realidad que no se puede superar…

La primera fue la indignación de algunos de los presentes, entre ellos los discípulos que, considerando el valor del perfume, unos trescientos denarios, equivalentes al salario anual de un obrero, pensaron que habría sido mejor venderlo y dar lo recaudado a los pobres. Según el Evangelio de Juan, fue Judas quien se hizo intérprete de esta opinión: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para darlos a los pobres?” No es casualidad que esta dura crítica salga de la boca del traidor, es la prueba de que quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos.

Jesús dijo: “¡Déjenla! ¿Por qué la molestan? Ha hecho una obra buena conmigo” (Mc 14,6). Jesús les recuerda que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y es también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, que el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer. Ella, con su sensibilidad femenina, demostró ser la única que comprendió el estado de ánimo del Señor. Esta mujer anónima, destinada quizá por esto a representar a todo el universo femenino que a lo largo de los siglos no tendrá voz y sufrirá violencia, inauguró la significativa presencia de las mujeres que participan en el momento culminante de la vida de Cristo: su crucifixión, muerte y sepultura, y su aparición como Resucitado. Las mujeres, tan a menudo discriminadas y mantenidas al margen de los puestos de responsabilidad, en las páginas de los Evangelios son, en cambio, protagonistas en la historia de la revelación.

Esta fuerte “empatía” entre Jesús y la mujer, y el modo en que Él interpretó su unción, en contraste con la visión escandalizada de Judas y de los otros, abre un camino fecundo de reflexión sobre el vínculo inseparable que hay entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio. “No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del señor y su reino (cf. Mt 5,3)”.

Hermanas y hermanos, como Familia Terciaria Capuchina, ¿estamos listos para acoger la llamada concreta y urgente del Señor, a través del Papa Francisco en la V Jornada Mundial de los Pobres? ¿Ya estamos respondiendo?: “No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden, en los centros de refugio y acogida… Es importante entender cómo se sienten, qué perciben y qué deseos tienen en el corazón”.

HNA. LILIA CELINA BARRERA RAMÍREZ, TC

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“Debemos estar aquí el uno para el otro porque Dios nos ha mostrado que él está aquí para nosotros” (Santa Isabel de Hungría)

Para poder hablar de una mujer que dejó huella en la Iglesia y en la sociedad entera nos ayudará el bucear en los escritos que hablan acerca de alguien tan excepcional. Isabel de Hungría nació en 1207, aproximadamente en el tiempo cuando nuestro padre Francisco está reparando la iglesia de san Damián. Cuando Isabel cumplió apenas cuatro años, su padre Andrés II la desposa con el joven príncipe Luis de Turingia, por lo tanto, tuvo que trasladarse a Turingia, al Castillo de Wartburg en Alemania, donde ella creció con su futuro esposo. Se casaron en 1220 y su matrimonio fue muy feliz. Tuvieron tres hijos: Germán, el heredero del trono, Sofía y Gertrudis. Después de la dolorosa muerte de su amado esposo, se vio obligada a abandonar el castillo de Wartburg. Fue a Marburgo, donde instaló un hospital y se ocupó de los enfermos. El Viernes Santo de 1229 ingresó en la Tercera Orden de san Francisco y vistió el hábito. Poco más tarde,  el 17 de noviembre de 1231, murió a la edad de 24 años. Isabel fue la primera santa franciscana canonizada (1235), siete años después que nuestro padre san Francisco (1228).

Aunque Isabel procedía de una familia aristocrática, siempre, aun siendo muy joven, se preocupaba por la gente de baja condición. A lo largo de toda su vida experimentó muchos cambios, rupturas y una gran soledad. Salir del lugar donde había nacido y empezar a vivir en otro país, debiendo aprender la lengua y costumbres diferentes, comprometerse cuando aún era una niña de cuatro años (aunque es cierto que se acostumbraba así en los tiempos que vivía), perder a su madre cuando era muy joven y más adelante a su querido esposo, por lo que tuvo que abandonar el castillo y además la separaron de sus hijas… Todo esto marcó su itinerario personal y espiritual definitivamente. Quizás el hecho de perder a su madre de muy joven, le ayudó a desarrollar esas características que identifican su personalidad: una gran sensibilidad, humildad, misericordia y cuidado por los más necesitados.

Santa Isabel ha inspirado a muchos artistas (pintores y escultores) y su personalidad extraordinaria queda reflejada en los siguientes rasgos: misericordia y amor hasta el extremo, lo que muestran varios cuadros (según las leyendas): Isabel acuesta a un pobre en su cama y al enterarse su familia, quitaron la manta pero se encontraron con un crucifijo acostado. Cercanía y atención con el mundo marginado: fundó varios hospitales, donde personalmente atendía, curaba, limpiaba a los enfermos  más repugnantes. Isabel está siempre tendiendo  la mano al pobre. Penitencia y oración. Isabel desarrolló desde su niñez una relación profunda e íntima con Jesús y fue creciendo y afianzándose en esta relación a lo largo de toda su vida. Fue  acompañada por un fraile franciscano que le introdujo en la vida penitente-franciscana y dos años antes de su pascua, viste el hábito de la Tercera Orden de san Francisco.

Según los datos históricos, el primer contacto que tiene Isabel con el estilo de vida del hermano Francisco, sucede aún en  vida del Pobre de Asís, en el año 1223, cuando el Papa Honorio aprueba la Regla bulada de la Orden franciscana.

Un pintor del siglo XVII-XVIII, Lucas de Valdés, en un cuadro de la santa, plasma las características de esta mujer y destaca muy bien algunas de sus cualidades: su relación profunda con Cristo, la misericordia y cuidado por la persona necesitada, su espacio íntimo (la cama matrimonial) donde está ubicada la imagen del Crucifijo, los pobres que esperan para ser atendidos y las damas que acompañan a Isabel; en otras palabras, lo que va orando y enamorando su corazón, lo va transmitiendo al mundo, a la sociedad en la que vive. Su posición social no la paraliza ni la aparta del mundo sufriente y abrumado por la pobreza, necesitado de amor. Se sabe que a lo largo de su vida se despojó de sus joyas, vestidos, renunció a su bienestar y repartía comida a los que pasaban necesidad.

Esta imagen nos puede ayudar a contemplar la vida de una mujer profunda, sencilla, abandonada en las manos Dios, pendiente de otros y capaz de poner en juego todo lo que es y tiene al servicio de los necesitados. Evidentemente,  pone en práctica las palabras de san Francisco: “… Aquellos que han sido colocados sobre los demás, gloríense de tal prelacía tanto como si hubieran sido encargados del oficio de lavar los pies a los hermanos” (Adm 4). “No he venido a ser servido, sino a servir (Mt 20,28), dice el Señor.

Santa Isabel nos puede servir como modelo a través de su oración continua, profunda y afianzada en Cristo; desde esta relación íntima se ve impulsada a salir al encuentro de los demás. Su manera de actuar con los pobres nos puede inspirar a pedir un corazón abierto a las necesidades de las personas concretas que se presentan delante de nosotros cada día.

HNA. LUCIA KONTSEKOVA, TC       

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“Lo que hemos visto y oido” Viviendo la alegría del evangelio con corazón misionero

Con motivo de la Jornada Mundial del Domund 2021, en la que se nos invita a todos los cristianos a compartir “lo que hemos visto y oído”, os comparto mi testimonio de manera sencilla y con corazón agradecido por mi vocación de Hermana Terciaria Capuchina de la Sagrada Familia que va entretejiendo la vida con personas de toda raza, lengua, pueblo y nación, a las que, gracias a la Buena Noticia de Jesucristo, nuestra Fe y Esperanza, puedo llamar de verdad Hermanas, Hermanos, pronunciando sus nombres desde la vida y la misión compartida.

Así vivo la misión, el don de la fraternidad, y como todo don debo acogerlo, reconocerlo y también trabajarlo para que dé fruto en abundancia, siendo para mí camino de purificación y salvación que voy recorriendo poco a poco, con la paciencia, sabiduría y misericordia que Jesús tiene conmigo, expresándola en gestos concretos de mis Hermanas, en tantas personas que aun sin saberlo me van ayudando a crecer, a madurar como mujer consagrada.

Es hermoso ver cómo experimentando mi fragilidad: ser extranjera, diferente, no conocer bien la lengua ni las diversas culturas que en África son innumerables, tener una piel que se quema, no aguantar un día sin comer, por poner algún ejemplo…, encuentro personas que me cuidan, ayudan y protegen con amabilidad. También la lección de vida que me dan cuando, sufriendo mi “impaciencia” nacida de mis propios ritmos, manera de pensar y ver las cosas, son pacientes conmigo. Cómo el discernimiento me va ayudando a pasar de “lo mío” a “lo nuestro”, liberándome así de mi prepotencia de pensar que “lo mío es lo mejor” viendo que “lo mío… lo que yo pienso, siento, creo, mi cultura…” no es lo mejor, sino simplemente “lo mío”, abriéndome así a la riqueza de acoger “lo del otro” que tantas veces es completamente diferente, válido, enriquecedor y me conduce al hermoso camino de “lo nuestro”.

Una de mis certezas de fe, desde lo vivido, es que Dios no se deja ganar nunca en generosidad; todo lo entregado con amor, Él lo multiplica hasta límites insospechados. Así, la fraternidad se extiende y me regala el llegar a cualquiera de las trece comunidades que tenemos en África: R. D. del Congo, Benín, Tanzania y Guinea Ecuatorial y sentirme en mi casa, acogida y querida por mis hermanas disfrutando, y también buscando la manera entre nosotras, laicos y beneficiarios de llevar adelante nuestras obras apostólicas en misión compartida y con una economía fraterna y solidaria en la que todos aportamos y todos recibimos, recibiendo también gran ayuda de benefactores a través de numerosos proyectos.

Ir al Hogar Rosario de Soano, para jóvenes con capacidades diferentes, en Morogoro-Tanzania, llamar a la puerta y que me abra y acoja con una sonrisa de par en par, Magdalena, una muchacha del Hogar. Llegar a Ntuntu-Singida y que los niños de la Escuela Maternal San Juan María Vianney, que aparecen en grupitos pequeños en medio de los árboles, desde sus casas diseminadas, vengan a la misa por la mañana temprano y nos acompañen en el camino hasta la escuela. Pasear por Kigamboni y que los niños, jóvenes y padres de Fray Luis Amigó Schools te saluden con cariño, sin distinción de religión, cristianos o musulmanes. Saludar a la gente en el barrio de Kasungami de Lubumbashi R.D. Congo y disfrutar de la familia que Dios nos ha dado: Maman Georgette ya anciana y sola, que vive al amparo de las hermanas, que siempre me recibe hablándome en swahili y francés como si entendiera todo lo que me dice, sin parar de trabajar. Los niños, niñas y jóvenes del Hogar Sagrada Familia, nuestra familia, los enfermos del Centro de Salud Santa Clara, los niños de la Escuela Maternal Montiel. Celebrar cincuenta años de presencia en Kansenia, R.D. Congo y recibir a grupos de las parroquias lejanas, que venían andando durante tres días para participar en la fiesta. Visitar con el grupo de novicias a los ancianos desamparados, en Ouessè-Benín; los poblados con las cooperativas de mujeres que son fuente de vida y desarrollo para las familias y pueblos de Nikki, los niños desnutridos, enfermos atendidos en Cotonou, Gló y tantos nombres que llevo en el corazón de Evinayong, Guinea Ecuatorial…

Bendito sea Dios por el regalo de mi familia que con su testimonio me hizo crecer en la fe en Jesucristo y la importancia de servir a los demás, por mi amada Congregación, y por el servicio que en estos momentos estoy prestando a mis hermanas y hermanos.

Como nuestro querido Padre Luis Amigó decía: “Sea todo por el amor de Dios”.

HNA. EVA MARÍA SALVADOR ASPAS, TC

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Luis Amigó, una inspiración para nuestro tiempo

En 1948 llegaron a Brasil las primeras Hermanas Terciarias Capuchinas desde Colombia. Por la osadía y valentía de estas hermanas llegó la semilla franciscano-amigoniana a tierras brasileñas y desde la esencia de la Pedagogía Amigoniana mantuvimos la mirada y las acciones siempre enfocadas en las necesidades que nos rodeaban, buscando posibilitar respuestas efectivas para promover y defender los derechos de todos, especialmente de aquellos que se encuentran en situaciones de mayor vulnerabilidad.

A través de este artículo queremos compartir cómo Luis Amigó ha inspirado nuestro trabajo en el Centro Educativo Frei Luis Amigó (CEFLA), ubicado desde 2003 en el oeste de la ciudad de São Paulo. El propósito de este Centro Educativo es atender a niños, niñas y adolescentes de 6 a 14 años inclusive, en situaciones de vulnerabilidad social de los barrios marginales aledaños. En la trayectoria de estos 18 años de recorrido, ayudamos a construir muchas historias de promoción y dignidad del ser humano. Actualmente, el servicio está dirigido a 120 niños y adolescentes de 92 familias. Desde nuestro Carisma, buscamos experimentar la opción preferencial por los más pobres y necesitados, asumiendo la construcción de un espacio vital que potencie el proceso de humanización, formación integral, participación y ciudadanía. Desarrollamos acciones y actividades que generan la fuerza del protagonismo y la autonomía, en base a sus intereses, demandas y potencialidades. Las actividades se basan en la pertenencia, construcción de identidad, transmisión de códigos sociales y culturales, actividades de participación ciudadana, desarrollo de la percepción de la realidad social, económica, cultural, ambiental y política, apropiación de derechos ciudadanos, reconocimiento de deberes, cosmovisión y posicionamiento en el espacio público.

La misión que se lleva a cabo en este trabajo se basa en la propuesta pedagógica amigoniana, a través de principios y valores como base de nuestras acciones. Siguiendo los pasos de Nuestro Padre Fundador, asumimos el Amor como la esencia que moviliza nuestra práctica, un amor que genera espacios de confianza, aceptación, misericordia, acompañamiento, respeto y humanidad, amor que nos permite responder hoy a los desafíos que nos presenta  una sociedad cada vez más individualista y sin sentido.

La atención a los signos de los tiempos y los nuevos escenarios sociales nos hicieron revivir la experiencia de Luis Amigó, nuestro Fundador y de nuestras primeras Hermanas al inicio de la fundación de la Congregación, quienes desde 1885 mostraron una actitud clara de sensibilidad, confianza en la Providencia, amor exigente, compasión y generosidad. El amor asumido como una decisión, hasta el punto de sacrificar la propia vida para aliviar el dolor y la soledad de las víctimas huérfanas de la pandemia del cólera.

El año 2019 marca el inicio de tiempos difíciles y desafiantes para toda la humanidad; tuvimos que adaptarnos a una nueva normalidad como resultado de la pandemia del Covid-19. Este drástico cambio social afectó nuestro trabajo, tuvimos que innovar las respuestas, adaptar las formas a seguir acompañando el crecimiento y las necesidades de los niños, niñas , adolescentes y sus familias.

Motivadas por la fuerza, el celo y el ardor misionero de nuestro Carisma, seguimos cuidando a nuestros educandos, familias y comunidad, siendo instrumentos de paz y esperanza en medio de tanto dolor que se enfrenta en estos tiempos, respondiendo a la necesidad de seguir cumpliendo nuestra misión con el fin de ofrecer alternativas a todas las realidades. Quienes tuvieron la posibilidad, recibieron atención remota con reuniones virtuales, que nos permitieron ingresar a sus hogares y no perder los lazos de unión. Para aquellos que no tenían acceso a los medios digitales se los acompañó a través de cartillas y materiales diversos. Para las situaciones de mayor vulnerabilidad se llevaron a cabo visitas en sus hogares, derivaciones a psicólogos, trabajadores sociales, Unidad Básica de Salud (UBS). La Institución, sensible a las necesidades de las familias, favoreció la atención integral que se materializó a través de la escucha de la realidad vivida por medio de llamadas telefónicas, visitas presenciales, visitas en casos urgentes, entrega de canastas de alimentos, artículos de higiene y materiales de limpieza, medicamentos, encuentros virtuales con actividades lúdicas, espacios de espiritualidad y escucha, derivaciones a la red de protección en caso de situaciones más complejas para acceder a programas de ingresos y servicios de salud, sensibilización comunitaria sobre el COVID-19 con campañas, suscrito para que todos tengan derecho a las vacunas y a los programas de  apoyo financiero del Gobierno.

Concretamente, la misión en esta obra pone en práctica la frase de Nuestro Padre: «En la unidad está el secreto de la fuerza» porque la calidad humana del cuidado que ofrecemos solo es posible porque hay  un trabajo en equipo entre educadores y hermanas, que trasciende las dificultades y que día a día alimenta el sueño de colaborar en la humanización y promoción de nuestros niños, niñas y adolescentes. A través de una formación sistemática, los educadores reciben instrumentos para conocer, profundizar y aplicar la propuesta de la Pedagogía amigoniana. Ser educador amigoniano es una misión exigente y para ello deben recibir todos los elementos necesarios para desarrollar este perfil.

La germinación de las semillas esparcidas y la visibilidad de los frutos …

Por medio de los dos testimonios siguientes, presentamos nuestro reconocimiento y ofrecemos algunos de los muchos frutos generados a través de nuestra presencia en comunión con la comunidad.

«CEFLA me inspira a ser más solidario y cuidadoso en los pequeños detalles que normalmente dejaría por fuera. Al estar aquí desde pequeño me he acostumbrado a la frase «doy mi vida por mis ovejas», que terminó vinculándose a un sentimiento de cariño tanto por el significado de la frase, como por lo que representa para mí. Es la experiencia de este lugar donde pasé tanto tiempo, las personas que conocí y que me ayudaron a ser mejor a lo largo de los años, despertándome a la solidaridad, haciéndome querer devolver el bien recibido de alguna manera, ya sea en la vida diaria o en el trabajo ” (Lincon es ex alumno y actualmente trabaja como joven aprendiz).

“Ustedes exhalan el cuidado de unos a otros como parte de sus vidas. Llegué a conocer el espacio y este amor que se desborda desde hace años, cuando participé en una búsqueda del tesoro como miembro del grupo juvenil de la Parroquia São Matheus. Cuando supe del proyecto que existe aquí, estaba segura de que encontraría el apoyo que siempre quise para hacer la vida de mi hijo más saludable y feliz. Y hace dos años, la mayor parte durante esta pandemia, a este amor le crecieron alas e invadió nuestro hogar a través de los encuentros online, canastas básicas, material de apoyo, llamadas, carteles, etc. Nuestro agradecimiento es inmenso por existir en nuestras vidas ” (Valéria Meira, madre de Arthur, 8 años).

Hna. FRANCISCA JULIANA DO NASCIMENTO

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Abriendo caminos en India mi experiencia como primera Terciaria Capuchina de mi país

He descubierto que un nuevo comienzo es un proceso, un nuevo comienzo es un viaje, un viaje que requiere un plan. Y este ha sido el discernimiento de nuestra Congregación que ha extendido su presencia misionera a la increíble India. India es una tierra de hermanos y un vivero de templos y mezquitas, donde la diversidad religiosa ha sido una característica que ha definido la población de esta tierra durante siglos. India es un país donde las personas son de diferentes castas, credos, religiones y culturas, que  viven juntas y hablan diferentes idiomas. Por eso se dice que la India es un país de «unidad en la diversidad».

«La pasión es lo que consume tu corazón y tu mente». La cuestión es cómo usas esa pasión de una manera concreta. Con destellos de pasión en sus corazones, nuestras hermanas aterrizaron en la India con un auténtico espíritu misionero para hacer realidad nuestra presencia y nuestro Carisma en esta tierra en 2008. Sin casa, sin muebles, sin comodidades, sin ambiente de convento pero con una confianza incondicional en la Divina Providencia y una cálida acogida brindada por la hospitalidad fraterna de los Padres Capuchinos. Como se suele decir, «aventúrate fuera de tus zonas de confort, las recompensas valen la pena». Sí, a los pocos meses de nuestra llegada, poco a poco levantamos nuestra propia casa y desde allí colaboramos con los Padres Capuchinos.

Las grandes cosas nunca vienen de las zonas de confort. De hecho, mi experiencia como primera Terciaria Capuchina fue un gran desafío, no solo por tener que adoptar la cultura de la Congregación, sino porque yo misma tenía que adaptarme a la cultura de mi propia gente y hermanarlos con la cultura del Evangelio. Romper mis propios rasgos culturales, las fronteras de castas, los apegos al regionalismo me costó mucho. Dije: Princy, sé abierta, deja que Dios haga el resto en ti. Fue un largo proceso para esculpirme en manos de muchos escultores a través de la formación y diversas experiencias que me moldearon para tener la convicción de que estoy llamada a ser una auténtica Terciaria Capuchina, a abrazar la reciprocidad y a florecer en relaciones de circularidad.

En sus inicios la comunidad estuvo compuesta por tres hermanas que iban y venían, turnándose por cuestiones de visado. Siempre hubo una dificultad de adaptación para las hermanas que también exigió muchos ajustes por el clima, la comida, la cultura y el idioma. Empezamos a trabajar en el Colegio de los Padres Capuchinos, lo que nos ayudó económicamente. Nuestra presencia en Rameshwaram fue dando muchos frutos a medida que nos aventuramos a colaborar con las actividades parroquiales, como cuidar la subestación, visitar a las familias, dar catequesis en preparación para la primera comunión y distribuir la comunión a los enfermos; esto nos acercó más a la gente. Las personas, sacerdotes y otros religiosos de la isla comenzaron a apreciar nuestra presencia, ya que los desafiaba a vivir una vida sencilla, a hacerse accesibles; al caminar por las calles con una sonrisa y a hablar con las personas con las que nos encontrábamos en nuestro camino,  rompieron su imagen de que los sacerdotes y religiosos son personas que viven en un pedestal. Esta comunidad funcionó también como Casa de formación para las aspirantes.

Cuando pasaron los años, también nos ofrecieron cuidar de un hogar de niños que está bajo la dirección de los Capuchinos. Tuvimos entonces dos comunidades con tres hermanas en cada una trabajando como misioneras pero debido a las políticas del gobierno, el conseguir la visa se volvió más difícil y en discernimiento continuo se vio la necesidad de abrir una nueva presencia cerrando las dos comunidades que ya existían.

Y actualmente nuestra comunidad se sitúa en el Instituto Anugraha de asesoramiento y psicoterapia administrado por los Capuchinos, ya que de esa manera se puede conseguir con facilidad visa de estudiante a las hermanas extranjeras. Nuestra comunidad Montiel Illam- Anugraha (que significa casa de la Misericordia) está formada por tres hermanas que estudiamos y trabajamos aquí. Nos dimos cuenta de que a medida que nos dedicamos  al servicio de los demás, descubrimos nuestra propia vida y nuestra propia felicidad.

La obra de Dios, siguiendo sus caminos, cumpliendo su voluntad, nunca carecerá de lo que necesitamos.  Esta ha sido mi gran experiencia durante estos años de presencia aquí. Muchas son las bendiciones que he recibido a través de diferentes personas con las que me he encontrado en el camino de la vida; hay que desaprender muchas cosas para aprender otras nuevas. El regalo de esta vida no ha sido simplemente la miríada de oportunidades que se me ofrecieron como hermana, sino también las relaciones que he desarrollado dentro y fuera de la comunidad y los aspectos de mí misma que han surgido como resultado de estas experiencias,   han ampliado mi perspectiva en lugar de reducirla. En este caminar puedo decir que las hermanas siempre han estado a mi lado y estoy orgullosa de ser una Terciaria Capuchina, encarnando el Carisma e identidad congregacional en mi país. Yo diría que no existe un camino verdadero de evangelio que no lleve a la misión, porque el evangelio es la historia de un Dios con un corazón misionero. Y yo estoy llamada, como seguidora suya, a vivir de tal manera que sea presencia de este Dios con corazón misionero en la vida diaria. Que cada una de nosotras nos detengamos, miremos a nuestro alrededor y nos preguntemos “¿QUIÉN ME NECESITA HOY?”

Hna. PRINCY JOSEPH

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50 años de presencia sencilla acompañando al pueblo congoleño

Nuestra Congregación, fundada en España en 1885 y extendida por algunos países de Europa, pero de manera especial, por toda América, desde que en 1905 llegamos a Colombia, no estábamos presentes todavía en África. En la entonces Provincia “Inmaculada”, se habían recibido dos peticiones insistentes para ir al continente negro. Una de Monseñor Eugenio Kabanga, Arzobispo de Lubumbashi en Congo y otra de un Padre Blanco para ir a Rwanda. La Superiora provincial de aquel momento, Hna. María Pilar Burillo, fue con Hna. Margarita Ros a visitar ambos lugares y optaron finalmente por el Congo (que pasó a llamarse ZAIRE de 1971 a 1997).

El 20 de agosto de 1971, hace ahora 50 años, llegamos a Lubumbashi (capital de la provincia de Katanga) las cinco primeras terciarias capuchinas que se iban a instalar en la República Democrática del Congo, en un rincón  de Katanga, concretamente en la Misión Kansenia, donde  los monjes Benedictinos de Saint André (belgas) estaban desde 1912, pero las Benedictinas tuvieron que retirarse por falta de hermanas, aunque quedaba todavía la Hna. Marie Gregoire que hacía pastoral en los pobladitos y otra religiosa Canóniga de san Agustín.

Cinco días antes de nuestra salida de España hacia el continente africano, en el envío y despedida en nuestra capilla de Burlada (Navarra), llena a rebosar, decíamos a las hermanas, familiares y comunidad cristiana que nos acompañaba, que nos sentíamos felices de su presencia porque sabíamos que, como nosotras, experimentaban la necesidad de comunicar a los demás el gozo de haber conocido a Jesús y sentirnos animadas por el Espíritu de Dios.  En la comunidad cada uno tiene su misión y la nuestra era expresar su universalidad, siendo signo de comunión, amistad y colaboración con esa Iglesia, aún joven, del Congo. El día 21 llegamos a lo que sería nuestra misión, Kansenia, a unos 300 km de Lubumbashi. En ella se atendían 35 poblados esparcidos en  una extensión de unos 2.700 km2. Nosotras nos ocuparíamos del Hospital (que estaba en una situación indescriptible), del internado de las jóvenes que estudiaban Secundaria, comenzaríamos un Hogar para chicas que habían dejado la escuela, y daríamos clases en las escuelas, Primaria (religión) y Secundaria.

Cuando llegamos a ser seis hermanas, dos iban de lunes a viernes a los poblados de la Misión a vivir y compartir con la gente, en especial por las noches, en torno a la hoguera.

En 1981 se abrió otra comunidad en la capital de la provincia, Lubumbashi,  pues del Arzobispado nos habían solicitado que una hermana se ocupara del economato diocesano. La Diócesis nos alojó primero en una parte de la Procura diocesana y después en una casa próxima a la Catedral. Las otras tres hermanas realizaban tareas diferentes: una en una clínica, otra en un hogar de un barrio periférico y otra coordinando las clases de religión de Primaria.

Cuando nuestro trabajo en el economato terminó, las hermanas prefirieron vivir en un barrio periférico y los Salesianos  les ofrecieron ir a Kasungami, en la Parroquia  que ellos regentaban, aunque no vivían en el lugar.  Y allí se instalaron el 20 de enero de 1989, ocupándose de educación, salud, ancianos abandonados, niños de la calle, enfermos mentales que vagaban sin rumbo, alumnos sin medios para seguir sus estudios y gente, sobre todo niños,  subalimentados… Y fue ahí donde empezamos a recibir las primeras postulantes y novicias.

Había que pensar ahora en la formación de las jóvenes que iniciaban el camino con nosotras y se juzgó oportuno abrir en la ciudad una nueva casa con esta misión, para acceder con más facilidad a los cursos y seminarios organizados por la Unión de Superioras Mayores, a nivel intercongregacional.

La oportunidad nos la brindó un sacerdote belga, párroco en el barrio de Ruashi. Allí se instaló la comunidad de formación el 19 de agosto de 1993. Eran los últimos tiempos del Presidente Mobutu y la situación política era compleja, reinando un gran desorden e inseguridad. En tres ocasiones nuestra casa fue objeto de pillaje y robo y ante la gravedad de la situación, se discernió  la conveniencia de dejar ese lugar. Las novicias viajaron con su formadora a Benín, integrándose en el Noviciado de aquel país, entonces Delegación general, para completar el año canónico. Mientras tanto, se inició la construcción de una nueva casa de formación, situada cerca del campus universitario de Lubumbashi, que fue inaugurada en octubre de 1998. Y el día 30 de ese mismo mes, emitió su Profesión perpetua nuestra primera hermana congoleña y las cuatro novicias que ya habían regresado de Benín, su Primera Profesión.

Abiertas a las necesidades que se iban presentando y acogiendo los signos que la Providencia de Dios ponía en nuestro camino, abrimos una nueva comunidad  para atender, en un primer momento, a niños de la calle. Más tarde, en 2009, se amplió la misión de esa comunidad, dando inicio a una Residencia para jóvenes universitarias. Posteriormente, por diversas circunstancias, las niñas en situación de riesgo fueron enviadas a Kasungami, integrándose en el hogar que allí funcionaba con esta misión, gestionado por las hermanas de esa comunidad. Y en Lubumbashi, en lugar del hogar de niñas, comenzó una Escuela maternal que, a día de hoy, se ha ido completando con la enseñanza Primaria y Secundaria. 

Desde el año 2014, como fruto del proceso de reestructuración congregacional, las cuatro comunidades existentes en la República Democrática del CONGO, forman parte de la Delegación general “Nuestra Señora de África”: Kansenia, en el corazón de la sabana;  Kasungami, en el extrarradio o anexo de Lubumbashi; la Casa de Formación y el Complejo escolar con la Residencia de estudiantes,  en la ciudad le Lubumbashi.

Personalmente, mi vida en el Congo ha sido un gran regalo. Me sentía en mi sitio. La gente era sencilla y muy acogedora; los jóvenes con muchas ganas de aprender… ¡era una gozada!  Feliz también al ver a tantas personas sin medios, que sabía que siempre sería recibida y cuidada con interés y cariño en el Hospital…, pues nadie tenía seguro médico, salvo los que, en los centros mineros trabajaban  en las empresas. Una vida de inserción plena en la misión.

No ceso de agradecer todo lo vivido y todo el amor recibido y ofrecido por todas las hermanas terciarias capuchinas que hemos tenido la gracia de trabajar y servir en la R.D. del  Congo.

Hna. María Carmen Sanz Lorente, Tc

(La Hna. María Carmen, autora de este artículo, formó parte del grupo fundador del Congo en 1971, habiendo permanecido en ese país durante 46 años; regresó a España en 2017).

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Lo amigoniano en mi vida

Imposible imaginar que con la jubilación, me llegaría también, la oportunidad de ampliar mi “Proyecto de Vida”.

Primer Contacto

La invitación a colaborar en el Colegio “Nuestra Señora de los Desamparados”, en San José de Costa Rica, desde la Coordinación Académica y la Subdirección, me pareció interesante y de entrada no le vi mayor dificultad: tenía respaldo académico suficiente y la experiencia para tal ejercicio. Acepté.

¡Ay de mí! No sabía yo lo que el Señor me tenía reservado: Acompañar en la noble tarea de la Educación, a los Docentes y Administrativos, pero con apellido… Amigonianos.

Del Padre Luis Amigó y Ferrer sabía que era capuchino y el Fundador de la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia  de la que forma parte mi propia hermana Damaris; tenía algún material que ella me había regalado pero que hacía fila para ser leído. Las estampitas y medallas me encantaban (desde siempre, todo lo sacro, me despertaba especial gusto).

Autoaprendizaje

Lo que inició por necesidad, orgullo profesional y responsabilidad, se convirtió en pasión, gusto y parte fundamental de mi Proyecto de Vida.

La estancia en un Centro Educativo Amigoniano fue un constante reto y aprendizaje. La Cátedra Amigoniana, las efemérides cívicas y religiosas cobraban un matiz diferente para mí. La oportunidad de evangelizar desde la asignatura, era impresionante cómo también lo era la cercanía, la fraternidad, la solidaridad del clima laboral que casi siempre acompañaban la cotidianidad.

Movimiento Laical Amigoniano (MLA)

De la mano de la Hna. Ana Jessie Castillo, terciaria capuchina, inicié ya el “Caminar Amigoniano”, en el Grupo MLA Casa provincial, Barrio Córdoba de San José C.R. Un grupo exquisito en el trato, responsable con su formación en las dimensiones humana, cristiana y carismática, como lo contempla la Forma de Vida. Hice mío el objetivo que propone el temario MLA-Adultos de “Valorar el seguimiento de Jesús desde la propuesta del Padre Luis Amigó y su amor preferente por el necesitado, en actitudes de misericordia en la propia familia y en el entorno”. Estoy muy lejos de cumplir ese objetivo, pero mientras tenga vida…

Cuatro años después de iniciar mi camino en el MLA, hice el COMPROMISO, nada menos que en la Capilla de la Sagrada Familia de las Hermanas en la Casa Madre de Massamagrell (Valencia-España), junto al Altar de Dios y muy cerquita del Sepulcro del Padre Luis…

Gratitud  

Una serie de vivencias me permitieron ahondar en el quehacer Amigoniano:  La Ruta Amigoniana, La Ruta de Asís, la Ruta de Colombia, la Ruta de Guatemala… por citar algunas experiencias que no puedo menos que considerarlas regalos de pura Misericordia. La visita a instituciones de Reeducación, el escuchar a los jóvenes, el proceso vivido; apreciar la fraternidad y convivencia en los Hogares de niñas en riesgo, los Centros de Salud y Centros de Nutrición, fue literalmente cátedra para mí, de Pedagogía Amigoniana en acción.

Invaluable la experiencia de compartir, por ejemplo, la Liturgia de las Horas, en la Comunidad de Hermanas Mayores y también con Hermanos Mayores, apreciar cómo sus voces casi apagadas de ordinario se convertían en júbilo y vida al entonar los himnos y dar gracias al Señor…

¡Cuán maravilloso es este CARISMA que hasta en la enfermedad o, en el ocaso, construye fraternidad!

Ser miembro de la Comisión Intercongregacional Luis Amigó, fue otra gran escuela, en especial tres   de las tareas que me fueron asignadas, que por sencillas me dieron mayor riqueza: indagar en las diferentes “Hojas Informativas de la Vida y Obra del Padre Luis”, lo que expresan las personas que se sienten agraciadas por su intercesión. Maravilloso constatar la devoción y agradecimientos por favores recibidos. La segunda, revisar el material que a la fecha existía en redes sociales, sobre la vida y obra del Padre Fundador; la tercera encomienda me permitió leer la prolífera producción de material del MLA enviada por las diferentes comunidades del mundo en donde está presente nuestra Congregación de Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, custodiada con primoroso celo, en la Secretaría de la Casa general de las Hermanas, en Roma.  

¿Nuestra Congregación? Sí, leyó bien mi querido colega Laico… Somos una Obra de la Congregación, de nuestra Congregación. Por ello, como integrantes del MLA debemos conocer, amar y compartir la Vida y Obra del Padre Luis, pues compartimos Misión y Espiritualidad.

Hoy mi salud ya no es la misma… pero el alero Amigoniano es tan amplio… Participo en el Grupo MLA-Adultos santa Isabel de Hungría de la Casa Postulantado y de Hermanas Mayores de la Ribera, Costa Rica, a cargo de la Hna. Flora Virginia Garbanzo. La pandemia me deparó también el Grupo de Oración Madre del Rosario, virtual, en donde cada día a las cinco de la tarde nos conectamos Laicos, Cooperadores, Hermanos y Hermanas. También con la pandemia, nació a nivel provincial, “El Caminar Amigoniano”. ¡Todo es Gracia!

Lección aprendida

Dios no se deja ganar en generosidad y el Padre Luis es “el hombre que se fio de Dios”. Por tanto: que todo sea “para la Gloria de Dios y bien del menor”, cualquiera que sea su circunstancia. Casi siempre, yo soy esa “menor”… ¡Gracias, Padre Luis! ¡Gracias, Señor, por llamarme!

María Teresa Araya Chavarría, Mla

(La Ribera de Belén, Heredia. Costa Rica)