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Acompañar en el ocaso de la existencia “Mi experiencia de acompañamiento a mis hermanas mayores y enfermas”

Antes de compartir mi vivencia en relación a este tema, quiero anotar algunos elementos que ayudan a contextualizar mis palabras: Vengo de un país donde está presente una pequeña porción de nuestra querida Congregación, las obras son de carácter misionero y de trabajo en la pastoral parroquial, comunidades con pocas hermanas, por eso, uno de los alicientes de venir a Colombia a la formación o por otros motivos es conocer comunidades con bastantes hermanas y casas con hermanas mayores, de tal modo que planificar un viaje a Medellín siempre incluye la visita y el compartir con nuestras hermanas mayores y enfermas.

Nuestras Constituciones dicen que: “Ellas, han gastado sus energías al servicio de la Congregación y ahora nos animan con su experiencia y testimonio de fidelidad al Señor” (Const. 34). Y así es, las hermanas que llegan a esta comunidad viven una etapa concreta de su vida con características propias: reducción del ritmo de vida, tener más tiempo para las cosas, especialmente la oración que, junto al dolor son la ofrenda cotidiana a Dios y una forma de continuar la misión en el mundo. También sienten impotencia, miedo, dolor, necesidad de escucha, compañía y ayuda de los demás, empiezan a depender. Aunque sabemos que es una etapa de vida normal, no siempre estamos listas para transitarla, nos toma por sorpresa y supone un proceso adaptarse a los cambios.

Llevo 5 meses acompañando a la comunidad “Nuestra Señora de Montiel” en Medellín donde comparto la vida con hermanas mayores y enfermas junto a un grupo de hermanas que formamos el “equipo de apoyo” de la comunidad, somos las encargadas inmediatas de velar por su bienestar.

Si me preguntan ¿Qué significa esta misión para mí? Digo que, como toda misión implica un servicio que acojo con fe y buena disposición; una oportunidad para amar, servir y crecer. Aunque no tenía experiencia de trabajo en esta área, tengo dos claridades que me ayudan, “la misión es con mis hermanas” y “caminamos juntas”; esto es clave para asumir con amor el día a día, que siempre está lleno de novedades y sentir que todas vamos de camino a ritmos distintos, pero juntas como nos pide la sinodalidad. 

 

Algunos aprendizajes para la vida:

1. Vivir la acogida y el respeto. 

En un mundo donde el adulto mayor es excluido, VER a las hermanas como mayores; reconocer que llegaron primero a la Congregación, que han recorrido un camino de seguimiento y de servicio que nosotras continuamos, me ayuda a valorar y respetar a cada una en su propia realidad.

2. Sentir y expresar gratitud. 

Las hermanas que están en la comunidad han gastado su vida y sus energías viviendo su vocación y realizando una misión, no importa si en cargos relevantes o servicios humildes, todas llevan el listón en alto “HE AQUÍ UNA SEGUIDORA DE JESUS, CONSTRUCTORA DE LA CONGREGACIÓN”, es un mérito que nadie puede anular; por tanto, ante su presencia solo gratitud, mucha gratitud para honrar su legado.

3. Contemplar la obra de Dios, acoger una bendición. 

Cada hermana es un SIGNO elocuente de lo que Dios es capaz de hacer en cada ser humano cuando lo toma por su cuenta; a veces, en medio de sus limitaciones no es muy fácil descubrir “la obra que Dios ha hecho en ellas”. Sin embargo, en sus vidas se refleja la fidelidad y misericordia de Dios y su actuar salvador.

4. Admirar lo esencial. 

En la edad adulta se pierden muchas facultades físicas o mentales y es   sorprendente encontrar la esencia de cada hermana. Lo que cultivó durante su vida es lo que permanece, así se puede disfrutar de la alegría, la oración, la disponibilidad, la fortaleza, el servicio activo entre los numerosos dones que Dios colocó en el corazón de ellas.

Es hermoso contemplar algunos detalles de este presente de las hermanas que simplemente llena el corazón de ternura y admiración: el sentido de Dios y su relación con él, ya no con numerosas palabras ni grandes discursos; solo saben estar, son como velitas al pie del sagrario;. Un gran testimonio es que aun en su dolor buscan la comunidad y preguntan, ¿dónde están todas?; dicen, “lléveme donde están todas”; a pesar de que ya no salen de casa persiste en ellas el sentido de ayudar a los otros, especialmente a los pobres, se preocupan por los demás, por quienes las cuidan, crean vínculos y comparten su sabiduría en palabras de ánimo y mensajes que los ayudan a crecer; también es notorio su sentido de pertenencia a la Congregación, preguntan por las hermanas, piden se les repitan los nombres una y otra vez, que les digan por quién hay que orar y, si llegan a estos espacios las jóvenes formandas, les gusta contarles una y otra vez sus historias, ofreciendo la oración y dándoles consejos; son para ellas como la abuela con sus nietos. 

Finalmente, para quien lee este relato, la invitación a valorar a los adultos que están en su entorno; ellos tienen mucho que dar, no perdamos la ocasión para compartir mutuamente cercanía, ternura, compañía y ayuda. 

Hna. Bilma Freire Chamorro,  Tc     

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Abrazar la realidad personal, la realidad de los hermanos/as y de la creación, es punto de partida de nuestro camino sinodal

Con la convocatoria al XXIII Capítulo general comenzó a resonar en la oración y en el espíritu el tema alrededor del cual, gira la experiencia congregacional-capitular en sus diversas fases: “Fortalecidas en el Espíritu abrazamos nuestra realidad y a la humanidad sufriente, avanzando con esperanza en un camino sinodal”. 

Este tema nos ubica inicialmente en lo que de nuestra realidad personal está débil, proponiéndonos la intuición de dejarnos fortalecer por el Espíritu, que llama  a re-encantarnos, “a recuperar los grandes deseos, las marcas de las heridas de nuestra pasión por Jesús y el Reino” (cf. José Mª. Arnaiz, SM, “Del desencanto al encanto, pasando por el re encanto”), a volver a la fuente que nos sedujo, volver a las raíces que quizá no hemos cuidado y regado juiciosamente, pero que se encuentran en el mejor terreno, el de la pertenencia fundamental: Jesús y su Reino. 

El ser y hacer en el futuro de nuestra familia congregacional ya nos está dejando vislumbrar espacios y misiones bien delimitadas a las que nos está re-enviando: “Abrazar nuestra realidad personal, comunitaria, y la de cada Demarcación. Abrazar la realidad del entorno en la que bulle el sufrimiento de nuestros hermanos y de la creación”.  Una vez reconocidas estas realidades, optar con humildad por retomar juntas el camino, para re-comenzar a re-crear posibilidades de reparación, de cercanía, de apoyo mutuo, y sobre todo de seguridad y esperanza, con la convicción de que en este nuevo envío no vamos solas y podemos suscitar un nuevo Pentecostés: como experiencia de re-encanto, de re-nacimiento en la vida para el seguimiento a Jesús en gozo testimonial de discípulas, estimuladas y acompañadas por nuestros fundadores, por sus experiencias de conversión y compromiso de cara al Evangelio.

Francisco y Clara de Asís, el Padre Luis Amigó y nuestras hermanas de la primera hora de nuevo aparecen a nuestro lado, casi que tomándonos de la mano para conducirnos a las ruinas, a nuestras vulnerabilidades, no sólo las externas, sino aquellas que muy adentro gimen y claman compasión. “El leproso” excluido de la convivencia, de la armonía, de la fraternidad, de la actividad, del gozo y de la esperanza, al que quizá hemos llevado escondido, y no escuchado, ignorado, pensando que “puede quedarse allí” y que “aguanta un poco más”. 

Esta realidad hoy es tocada en la familia-comunidad, y nos está invitando a abrazarla, a trabajar como hermanas en la cercanía que llevó al reconocimiento, al abrazo y beso que transformó la realidad personal del leproso y del Hermano Francisco conduciéndolo luego a San Damián, al lugar del encuentro, con el Cristo roto, desfigurado, empolvado, olvidado, victimizado en el hermano y hermana con quienes vivimos. Es un proceso de reconocimiento e identificación lento y difícil, pero excelente vía hacia la experiencia del dinamismo reparador de nuestro ser, capacitado, para enfrentarnos a las causas internas y externas de nuestra inseguridad y egoísmo orgulloso, acogiendo la posibilidad de encontrar nuevas realidades, nuevas búsquedas en el camino pascual de la Congregación.

Ubicarnos como consagradas, como laicos comprometidos, con  la realidad personal que hoy nos acompaña, ante el amor extremo que llevó a Jesús hasta la cruz, es la oportunidad de sentir la proyección de ese amor, en el don de los hermanos, con los que es posible fusionar respuestas, cualidades, actitudes, ideales, opciones, fuerzas y re-comenzar  poniendo nuestro granito de arena en el fortalecimiento de la vida y la vocación, de la identidad y la misión como Terciarias Capuchinas, ante la humanidad que igualmente sufre nuevas, profundas y graves vulnerabilidades: “…el flagelo de la miseria, el hambre, desempleo, las enfermedades sin posibilidad de acceso a centros de salud, la desescolarización, el trabajo infantil y juvenil para sobrevivencia de la familia, la trata de mujeres y niños, el tráfico de órganos, la carencia de vivienda, desplazamientos, guerras, administraciones políticas y hasta eclesiales corruptas, en fin esclavitudes e injusticias de todo tipo, el grito de la destrucción de la casa común y la “cultura del descarte” que afecta sobre todo a las mujeres, los migrantes y refugiados, los ancianos, los pueblos originarios y afrodescendientes”… Duele “el impacto y las consecuencias de la pandemia que incrementa más las desigualdades sociales, comprometiendo incluso la seguridad alimentaria de gran parte de nuestra población. Duele el clamor de los que sufren a causa del clericalismo y el autoritarismo en las relaciones, que lleva a la exclusión de hermanos, de laicos, de manera especial a las mujeres en las instancias de discernimiento y toma de decisiones sobre la misión de la Iglesia… preocupa la “falta de profetismo y la solidaridad efectiva con los más pobres y vulnerables…” (cf. Mensaje final de la Asamblea eclesial de AL y el Caribe).

Este mar de situaciones anti-Reino, sigue reconociendo en la vida consagrada, a mujeres, hermanas y discípulas portadoras de esperanza, asistidas por el Espíritu del Señor que hace nuevas todas las cosas; y confía y espera  que “volvamos cantando de  la experiencia capitular congregacional”, ofreciendo frutos compasivos de escucha, discernimiento, perdón, y actitud misionera más sensible, decidida y arriesgada para diseñar, crear y estrenar formas nuevas de anunciar para caminar juntas, haciendo posible un mundo nuevo, una creación revitalizada por la fraternidad activa, sencilla y menor, impulsadas por la espiritualidad franciscano-amigoniana y decididas a poner en común no solo vulnerabilidades, sino posibilidades, intuiciones, exigencias, vocación, opciones, contrariándonos incluso  nosotras mismas, contrariando costumbres, proyectos, seguridades, formas de vida y de pensar. 

Entonces comenzaremos a vivir el XXIII Capítulo general, como un paso más en el camino de reestructuración de nuestro estilo de vida y misión, celebrando el banquete de bodas, en el que, si se han vaciado las tinajas de vino y sentimos la amenaza del fin de la fiesta, podamos también sentir a la mujer que ha sabido decir un SÍ sin límites aun en medio del caos; ella nos muestra el quehacer que libera de la tristeza, el abatimiento, la desconfianza, el temor que muchas veces nos embarga: “Hagan lo que Él les diga…” y el banquete capitular, personal, comunitario agilizará nuestras manos, voluntades y libertad, para hacer rebosar las tinajas vacías y permitirnos probar el vino nuevo, el mejor y la capacidad de retomar la motivación y opción inicial y fuente de nuestra profesión religiosa, de nuestro compromiso frente a la vida en abundancia para todos, frente al lamento multiplicado por tantos cristos, tantas voces, tantas realidades que nos piden: “Ve y repara mi casa”. 

Hna. Ana Mora, Tc

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El Papa destaca el valor de los mayores en las sociedades y comunidades: «En la vejez seguirán dando fruto»

Fuente fotografía: Eclesia

El papa Francisco ha elegido el tema «En la vejez seguirán dando fruto» para la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, que se celebrará el 24 de julio, con la intención de destacar que «constituyen un valor y un don tanto para la sociedad como para las comunidades eclesiales».

El Vaticano ha informado en un comunicado que el Papa Francisco ha optado por este tema porque «con demasiada frecuencia» los mayores «son mantenidos al margen de las familias y de las comunidades civiles y eclesiales».

«Sus experiencias de vida y de fe pueden ayudar a construir sociedades conscientes de sus raíces y capaces de soñar con un futuro más solidario», pero también su sabiduría puede ser escuchada «en el contexto del camino sinodal que la Iglesia ha emprendido».

«El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida invita a las parroquias, diócesis, asociaciones y comunidades eclesiales de todo el mundo a encontrar el modo de celebrar la Jornada en su propio contexto pastoral, y para ello pondrá a disposición los instrumentos pastorales adecuados», concluye el comunicado.

LA JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS MAYORES

Recordamos que, el papa Francisco anunció la institución de esta Jornada tras el rezo del Ángelus del domingo 31 de enero de 2021, estableciendo la celebración el cuarto domingo de julio, cerca de la memoria litúrgica de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús.

“Eslabón” entre generaciones para transmitir a los jóvenes la experiencia de la vida y la fe, “los abuelos son a menudo olvidados – subrayó el Papa en esa ocasión– y nosotros olvidamos esta riqueza de custodiar las raíces y transmitirlas”. De aquí la decisión del Pontífice de instituir esta Jornada Mundial.

Fuente: Servicio Diocesano de Comunicación  – Diócesis de Mondoñedo-Ferrol

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En la escuela de Sinodalidad: Comienzan en julio diversos cursos en línea

Encuentro virtual con el Cardenal Grech (Foto archivo) 

Se ha iniciado un ciclo de conferencias sobre la teología y la práctica de la sinodalidad para acompañar al clero y a los laicos en el proceso de renovación eclesial iniciado con el Sínodo 2021-2023. Propuestos en la web en diferentes idiomas, los encuentros son celebrados por ponentes de todo el mundo para ofrecer una visión intercultural de la Iglesia. Inscripción abierta para el primer curso

Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano

Un proyecto intercontinental e intercultural para acompañar la formación en teología y la práctica de la sinodalidad: este es el objetivo del programa de cursos online para obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas, concebido en el marco del camino sinodal que la Iglesia está realizando y que invita a generar procesos de conversión y reforma. Los cursos son gratuitos, se ofrecen en español, inglés, portugués, francés e italiano y son impartidos por ponentes de todos los continentes, que ofrecerán una visión global e intercultural de la Iglesia. En el contexto del proceso de renovación eclesial iniciado con el Sínodo 2021-2023 «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión» -que culminará con la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en octubre de 2023- la iniciativa pretende apoyar a todo el Pueblo de Dios llamado a este proceso de renovación eclesial.

Primera reunión en julio

El primer curso se celebrará en julio, a lo largo de tres semanas, e incluirá lecciones, conferencias, reflexiones y el intercambio de experiencias sobre los procesos de discernimiento y toma de decisiones comunes en la Iglesia. El Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el Consejo de Conferencias Episcopales Europeas (CCEE), la Federación de Conferencias Episcopales de Asia (FABC), la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) la Unión de Superiores Generales (USG), la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR), la Unión de Conferencias Europeas de Superiores y Superioras Mayores (UCESM) y la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina y el Caribe (CPAL), patrocinan el Curso Online Masivo y Abierto (MOOC).

La inscripción puede hacerse a través de este sitio: bit.ly/registersynod

Fuente: Vatican News

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Mensaje de la CLAR ante la inestabilidad política de nuestros países

La Asamblea General de la CLAR, reunida en Rionegro – Antioquia (Colombia) del 1 al 4 de junio 2022, fue una oportunidad para escrutar de nuevo los signos de los tiempos y en ellos, escuchar la voz del Espíritu que no deja nunca de abrirnos el oído para que escuchemos como discípulas/os (Is 50,4). 

Como Vida Religiosa que peregrina hoy en América Latina y el Caribe, vemos con profunda preocupación el deterioro de la democracia, el tejido social y la creciente inestabilidad política de varios de nuestros países hermanos en donde las libertades fundamentales están siendo comprometidas. En el marco de la cumbre de las Américas, reunida en Los Ángeles, hacemos un llamado vehemente a los liderazgos políticos, sociales y económicos para que prioricen la respuesta a las grietas que la Pandemia del Covid 19 dejó al descubierto en los sistemas sanitarios, educativos y sociales. 

Es inadmisible que la amenaza a la democracia, el cambio climático y la falta de acceso equitativo a oportunidades económicas, sociales y políticas, siga afectando desproporcionadamente y de manera grave la vida de las personas más vulnerables y excluidas sistemáticamente en cada uno de nuestros países. Hoy levantamos nuestra voz de solidaridad unidas/os a los pobres y a la tierra que claman con más fuerza que nunca por la vida. Manifestamos, de igual manera, nuestra cercanía y cariño solidario con las hermanas y hermanos religiosos especialmente en Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela en estos momentos de extrema dificultad e inseguridad. La situación de sus comunidades de fe y vida, y sobre todo la de las personas y comunidades que acompañan, nos interpela y nos invita a cuidar unos de otros con la certeza de que llevamos un tesoro en vasijas de barro y en condición de fragilidad (2Co 4,7). 

Junto a ustedes, pedimos para toda la Vida Religiosa, y para quienes se unen al movimiento de solidaridad global con los marginados de la historia y con la tierra: valentía, serenidad interior y confianza plena en la acción de Dios que restaura permanentemente la justica social y ambiental. Hacemos un llamado para que como Vida Religiosa velemos, vigilemos y sostengamos en la oración, en la comunicación y en la incidencia política y social a los más vulnerables. 

El testimonio comprometido y perseverante nos fortalece, y esta fortaleza nos inspira solidaridad y esperanza. María, la mujer de la Aurora, continúa acompañando y guiando el caminar de nuestros pueblos como lo hizo con la primera Iglesia cuando ésta surcaba la noche de la persecución y de la intolerancia. Con Ella y con las mujeres del Alba, nos unimos en esta travesía en favor de la vida. 

Participantes XXI Asamblea General de la CLAR

 Bogotá, D.C., 9 de junio de 2022 

Fuente : CLAR