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Camino sinodal, camino capitular

El Sínodo de los Obispos es en sí una Asamblea de Obispos de las distintas regiones del mundo, aunque el Papa siempre suele invitar además a Religiosos y laicos, hombres y mujeres, no solo como oyentes sino con la posibilidad de intervenir, ofreciendo su punto de vista. La Asamblea ordinaria se suele celebrar en octubre, cada tres o cuatro años. El sínodo de los Obispos es una institución eclesial antigua, que fue revitalizada por el Concilio Vaticano II  (1965).  La I Asamblea se realizó  en octubre de 1967, y la última, la XV, en 2018. Además se han celebrado en este tiempo tres Asambleas generales extraordinarias  y diez especiales de continentes o regiones. 

A diferencia de los Concilios, que tienen capacidad para definir dogmas y legislar (siempre con la venia del Papa), los Sínodos son solo consultivos y tienen por misión primaria asesorar al Papa en el tema propuesto (diverso en cada Asamblea) compartiendo la visión de las diferentes realidades del mundo y reforzar la unidad como Iglesia universal.

Ahora, desde octubre de 2021, estamos ya trabajando a nivel de todas las Diócesis sobre la  XVI Asamblea de Obispos que se reunirá en octubre del 2023, con el tema de la sinodalidad. Todos estamos convocados, por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. “Sinodalidad” quiere decir “Caminar juntos” y es lo que mejor realiza la naturaleza de la Iglesia, comunidad de creyentes unidos como hermanos, en torno a Jesús,  Pueblo de Dios peregrino para llevar la luz del Evangelio, sembrando el amor y la esperanza a nuestro mundo. 

Es deseo del Papa el que todo el Pueblo de Dios, pueda participar, es decir, todos los bautizados sin exclusión: obispos, sacerdotes, consagrados y fieles laicos, incluso quienes se encuentren en situaciones marginales. Que se viva un proceso eclesial participado e integrador, para que todos puedan expresarse y ser escuchados y aprovechar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana.

Este caminar juntos requiere un proceso espiritual de escucha verdadera de unos a otros, de la tradición de la fe y los signos de los tiempos, para así discernir entre todos lo que Dios nos dice. El discernimiento comunitario ayudará a construir comunidades florecientes y resistentes para la misión de la Iglesia y que pueda caminar mejor junto a toda la familia humana, bajo la guía del Espíritu Santo.

Pues bien, un Capítulo general, como el XXIII Capítulo general que las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia vamos a celebrar en Roma del 8 de septiembre al 4 de octubre, de este año 2022, es como un Sínodo a nivel de Congregación y, más bien, se parece a un Concilio por su poder decisorio que marca su caminar futuro como Congregación y donde se elige a la Superiora general y su Consejo. Juntas, en sinodalidad, se fortifica nuestra identidad y misión al servicio de la Iglesia y del mundo y se expresa en la participación, comunión y colaboración de todos los miembros, ese “caminar juntas”, con las mismas actitudes espirituales indicadas al hablar del Sínodo. 


He aquí el logo y lema de nuestro Capítulo, siendo el tema del mismo: “Fortalecidas en el Espíritu, abrazamos nuestra realidad y a la humanidad sufriente, avanzando con esperanza en un camino sinodal”.  

Es providencial la coincidencia de ambos eventos: ¡caminar juntas! es  nuestra identidad de Congregación; profesamos unas mismas Constituciones, nos anima el mismo espíritu y carisma y, vivirlo como auténtica fraternidad de amor y misión, nos caracteriza como seguidoras de Francisco de Asís, el humilde hermano universal, así como los rasgos de apertura a los demás, y pasión apostólica, que nos legó Nuestro Padre Fundador, Luis Amigó. 

Todas estamos ya inmersas en el proceso sinodal, eclesial y capitular, tratando de dejar espacio al Espíritu para que nos guíe y nos haga instrumento de salvación junto con los demás creyentes y, en particular, con nuestras Hermanas de  Congregación. Ya hemos celebrado los conversatorios con el Consejo general y seguimos las demás actividades de evaluaciones y elecciones y, sobre todo, nuestra oración diaria pidiendo la acción del Espíritu en todo el proceso capitular.  

Como nos recomienda nuestra Superiora general, Hna. Ana Tulia López, seamos mujeres sinodales, empezando en la propia comunidad, humildes en la escucha de corazón, a Dios, a su Palabra, a las demás y también a la humanidad doliente que nos rodea y a la que particularmente servimos en nuestras obras.

Abiertas a la acción del Espíritu Santo, podremos experimentar maravillas; en frase del Papa Francisco a los jóvenes, “Germinarán sueños y florecerán esperanzas” y daremos la respuesta de fidelidad que nos corresponde.

Hna. María Elena Echavarren, TC

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Acompañamiento desde el icono del Abad Menas

El deseo e interés por los iconos se suscitó en mí, hace algún tiempo, cuando me acerqué a la explicación y profundización del icono de San Damián y descubrí otra manera  de abordar un texto bíblico, por el sentido teológico que encierran y he ido gustando la riqueza de este arte y las implicaciones que va teniendo en nuestra espiritualidad.

Cuando nuestras hermanas del Equipo de comunicaciones me solicitaron compartir mi experiencia de acompañamiento desde este icono, me sentí contenta y, con gusto y sencillez la comparto porque en varios momentos de este caminar en la formación ha sido motivo de mi oración e inspiración en la delicada tarea de acompañar.

LA OBRA EN SU CONJUNTO:

Estamos ante un icono copto (Iglesia egipcia) del siglo IV-VII, procedente de un monasterio egipcio y que actualmente se encuentra en el Museo del Louvre en París. El icono mide aproximadamente 57x57cm y tiene un grosor de 2 cm.

Cuando el arte copto se convirtió al cristianismo (a partir del siglo V) empezó a incorporar a sus obras temas religiosos. Así surgió allí el icono. Para el cristiano ortodoxo el icono es una imagen sagrada portátil objeto de veneración y culto, de igual forma que las reliquias de santos y mártires. 

En el siglo V se crea un estilo innovador basado en la alteración de las proporciones y medidas antropofísicas, de ahí los rasgos del cuadrado. El Icono de la Amistad (como es conocido) incorpora ese estilo. La obra de Cristo y el abad Menas está enmarcada en un soporte cuadrado de madera noble, que era el material típico de la época para hacer iconos (rezar con los iconos.com Granada).

Quiero  resaltar  cuatro aspectos de esta obra y su relación con el acompañamiento.

1. ENMARCADOS EN UN AMBIENTE CONCRETO

Aunque no resulta fácil porque parecen estáticos, podría decirse que se encuentran en un paraje natural, en camino, por la especie de color dorado que asemeja el polvo de los pies; además, la postura de frente indica movimiento.

La formación se realiza desde un contexto y ambiente concreto, se acompaña a una persona situada histórica y geográficamente en una sociedad, un grupo humano, una cultura, una familia.

Puede aplicarse a este icono el texto de los discípulos de Emaús que se ha convertido en un paradigma de acompañamiento: “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar a su lado” (Lc 24,15).  Además otro texto que expresa familiaridad, afecto e implicación es Jn 15,15: “les digo amigos porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre”. Hay un comentario de Carlos Mesters que bien nos puede ayudar a profundizar y actuar sus gestos y palabras en nuestros procesos y ambientes formativos. Así lo describe: “Jesús es el Amigo que convive y forma para la vida: comía con ellos, andaba con ellos, sufría con ellos. Era a través de esa convivencia que ellos se formaban” (3ª semana de Catequesis Brasil X/2009).

Es la experiencia vital de quien acompaña sentirnos siempre en camino, descubriendo cómo la vida de Jesús y su seguimiento transforma y llena de sentido nuestra propia vida y la de la acompañada.  Expresa además la pedagogía de Jesús en el acompañamiento, cercanía, proximidad sin apegos.

2 EL GESTO AMIGO DE JESÚS CON EL ABAD MENAS

Uno de los gestos más significativos de Jesús es la calidez humana expresada en la confianza, acogida, amabilidad, aceptación, libertad, elementos esenciales para el acompañamiento. Quien acompaña es una persona abierta, disponible, dispuesta a acompañar a quien venga. Con responsabilidad y conciencia de sus límites. Igual da si son personas sanas o con biografías más complejas.

Acogida incondicional de la persona y de lo que exprese, apertura sincera sin moralismos ni confusiones, aceptación de los propios ritmos. Cualidades básicas para caminar junto a otras y otros que nos han sido confiados.

3. EL ROSTRO, LA MIRADA DEL ABAD ES DE CIERTO TEMOR, ASOMBRO, DESCONCIERTO, SORPRESA O ILUSIÓN

Actitudes que contrastan y que se manifiestan en muchas de nuestras acompañadas, manifestando humildad, apertura, extrañeza o tal vez un “te quiero” tal y como eres. Maneras de ser que encontramos y que nos invitan a cultivar la minoridad y a dejar de lado lo superficial, las apariencias, los prejuicios. Tener siempre una mirada apreciativa frente a cada hermana y persona que nos sale al paso en el camino.

Nos invita a ejercitarnos en el arte de aprender a escuchar, ensanchar el corazón para que se dé la proximidad y acontezca el verdadero encuentro que ayuda y en muchas ocasiones sana, restablece. 

La propia experiencia de dejarnos acompañar, la capacidad de expresar nuestra vida frente a quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes, comprensivas y compasivas con las demás y nos capacita para encontrar los caminos que hacen crecer y avanzar.

4. JESÚS SOSTIENE “EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS”, MENAS EL ROLLO DE PAPIRO

Como si el Abad Menas anotara lo que quiere aprender de Cristo, o lo que Cristo le enseña. Expresa una actitud de receptividad y acogida frente al proceso de aprendizaje, proceso que se da en el camino en los hechos de la vida.

El gesto puede aplicarse también al reconocimiento de la formanda como instrumento de formación para la formadora; nos formamos, crecemos, formando y acompañando a otras.  Manifiesta que en la dinámica de la formación hay un enriquecimiento mutuo y animación a un estilo de vida.

Dejémonos mirar por este Buen Amigo que nos ha llamado a su seguimiento. Que en nuestra misión sintamos la cercanía, el cariño, la entrega que ofrece Jesús con esa certeza de que mientras damos lo mejor de nosotras somos instrumentos débiles en sus manos porque….

Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios (León Felipe)

HNA. HERLINDA INÉS MAESTRE GÁMEZ, TC

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Pascua 2022

Pareciera que para nosotros hoy debería ser mucho más fácil creer en la Resurrección de Jesús, no sólo porque encontramos en el Nuevo Testamento varios pasajes sobre este acontecimiento que fue revelado, en primer lugar por Él mismo y luego por sus discípulos que narraron sus apariciones, sino porque tenemos evidencia de que la Iglesia lleva más de dos mil años anunciando esta verdad que es el fundamento de nuestra fe cristiana. Sin embargo, al igual que los discípulos de ayer, también nosotros que seguimos al Señor tenemos que experimentar el misterio pascual en nuestra propia vida, y es aquí desde donde debemos comprobar si estamos adheridos a Jesús por una creencia que nos basta para acomodarnos a una vida según nuestras conveniencias y criterios, o estamos del lado de los que hacen de su fe una experiencia de encuentro con ese Dios compasivo que sufre y muere por amor, pero que resucita gloriosamente para destruir a todos los enemigos de la persona humana, especialmente, el pecado y la muerte.  Seguramente y gracias a Dios, aunque muchos de nosotros se ubica en este segundo grupo, ante nuestra propia realidad y la que vive el mundo, la confrontación con el Resucitado es una tarea cotidiana, vigilante y urgente porque mientras vamos de camino hacia el cielo prometido y con la certeza de que su Espíritu va con nosotros, nuestra carne es débil y las huellas del pecado se dejan ver por todas partes dando pie para que los incrédulos o indiferentes sigan pensando que para los cristianos Jesús no es una Persona sino un relato fantástico registrado en la Biblia.

En este sentido y de cara a lo que hoy vivimos al interior de nosotros mismos, de nuestras familias, de la Iglesia y del mundo, sobresale con mucha frecuencia una mirada poco esperanzadora sobre el presente y futuro de la humanidad, las imágenes que se viralizan diariamente sólo exponen las diversas caras de la injusticia, la enfermedad y la muerte, causadas por el pecado que se encarna en el abuso de poder, la falta de amor y respeto por la vida en todas sus formas.  Muchos de nuestros diálogos y encuentros se centran en lo mal que estamos y en lo mal que vivimos porque esa es la realidad, pero no es toda la verdad.  Es exactamente lo que les pasó a los apóstoles que acompañaron a Jesús durante su ministerio y que después de su muerte, quedaron impactados y desconcertados al ver morir cruelmente a su líder, al comprobar también que en tres días aproximadamente se hizo añicos el sueño del “Maestro” que hablaba de un reino nuevo, lleno de justicia y de paz. Ante este desenlace inesperado se llenaron de dudas, miedo, frustración y un terrible desencanto por la vida, pero en medio de este panorama de muerte, atrapados por la noche más oscura, surge la presencia victoriosa de Jesús Resucitado que es para siempre el Dios de la Vida y se desencadena la verdad que nos hace libres a nosotros también.   

Esta es la buena y gran noticia que se fue propagando entre ellos cuando Jesús se les iba apareciendo en esos escenarios de tristeza, decepción y fracaso en los que se habían refugiado. Ahora había alegría, se les abrieron los ojos, la mente y el corazón, entendieron que sin la muerte no hay resurrección, celebraron con Jesús su victoria sobre la muerte manifestada en su presencia cargada de los gestos que ya conocían, pero que ahora percibían más conscientemente.  La muerte  de Jesús los había postrado, pero su resurrección los levantó y los impulsó a salir con valentía para anunciar convencidos que la crucifixión no fue el final sino el comienzo de una nueva era para toda la humanidad.

Por lo dicho anteriormente, veo oportuno aprovechar que estamos a pocos días de vivir en la Iglesia una nueva Pascua y reconocer humildemente que nosotros también necesitamos seguir encontrándonos con Jesús Resucitado para sacudirnos el polvo que se nos ha ido pegando en el camino impidiendo que veamos los frutos de su resurrección en las personas y en lo cotidiano de la vida.  En este sentido, como hermana terciaria capuchina quiero concluir esta sencilla reflexión, refiriéndome al numeral 5 de nuestras Constituciones que precisamente nos recomienda estar atentas a los signos de los tiempos como actitud característica de nuestro Padre Fundador y plantear como una tarea para vivir en comunidad y con los laicos, la acogida al proceso sinodal que vive la Iglesia como camino de comunión, participación y misión.  Esta es una llamada que se nos hace a través del Papa Francisco para caminar juntos como expresión del valor supremo de la fraternidad que se alimenta del Resucitado, Pan de Vida, y renueva su compromiso bautismal y su corresponsabilidad en la misión evangelizadora en el mundo de hoy. 

HNA. ELIZABETH CABALLERO GREEN, TC


¡Vivir la Pascua! La mayor alegría del creyente, bien lo expresa san Pablo: ʺSi Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido” (1 Cor 15,14). El Concilio Vaticano II proclama este hecho eclesial como raíz y fuente, centro y culmenʺ (Lumen Gentium 10,11,12; Ad gentes 9…).

Distinguimos en el misterio de la Pascua de Cristo la historia y el misterio en sí, el acontecimiento histórico frontal y la realidad sacramental permanente en la Iglesia; ésta última constituye propiamente el misterio pascual en la vida de la misma, clave del año litúrgico y fundamento del vivir cristiano como ʺcorresucitados con Cristo” (cf. Col 3,1).

Ser cristiano es injertarse en la realidad sobrenatural del misterio pascual; desconectarse de la forma consciente e inconsciente de la realidad salvífica de la Pascua, es no ser cristiano. Cristo se sometió incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios le concedió el nombre sobre todo el nombreʺ (Fil 2,8-9).

El misterio central de la Pascua abarca de manera íntegra el proceso unitario de los acontecimientos salvíficos: muerte del Verbo encarnado en condición de víctima solidaria y vida nueva, resurrección y corresurrección con Cristo. Es la trilogía pascual “Calvario, sepulcro y resurrecciónʺ, instando a cada creyente a la transformación interior por medio de la vivencia personal del misterio regenerante de muerte al hombre viejo en Cristo y con Cristo. La vivencia consciente y responsable del camino cuaresmal ha de llevar al culmen de la nueva existencia en Cristo resucitado.

De aquí que la Iglesia y en ella nuestra Congregación provocan el encuentro personal con Dios en el misterio consumado de su Hijo: ʺNadie va al Padre sino por mí ˮ (Jn 14,6). En el hoy de la historia, la Congregación nos va interpelando y conduciendo a hacer presente el Misterio pascual entre las personas a quienes anunciamos el Evangelio, compartiendo con ellos la realidad que viven en el día a día: el hambre, el desempleo, el abandono y prepotencia de gobiernos dictatoriales, entre otros, sembrando la esperanza y confianza en la Resurrección de Jesucristo, el Señor. Es el Espíritu el que nos impulsa y estimula en la acción evangelizadora.

Despertó el Sol, es la Pascua, Cristo ha resucitado, es el día primero de la nueva creación. En este contexto, el papa Francisco nos dice: ʺNo os canséis de hacer el bienˮ.

Gozosas, sigamos viviendo fieles a Dios en esta familia carismática, siempre comprometidas con la realidad.

HNA. ARELYS MARTÍNEZ, TC    

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Aún seguimos… creyendo y apostando

En este tiempo de tantos cambios, cuando parece que no hay camino, cuando la noche cree que ha ganado, tu voz sentencia, Yo estoy contigo (cf. Mt 28,20).

Cuando hablamos de la realidad tan difícil que vive nuestro mundo, lo primero que planteamos es que nos falta conciencia del cuidado que debemos tener con él para preservar su existencia, y es una frase que hemos escuchado y repetido hasta la saciedad, “el mundo está como está, porque nos falta conciencia” pero ¿será esto cierto del todo? o ¿es una frase que se ha viciado con el tiempo y se ha desgastado de tanto repetirla? 

Frente a la saturación de tanta información, aparece el fantasma de la desesperanza y la indiferencia, con aquella frase lapidaria: ESO YA LO SABEMOS. Para salvaguardarnos de este fantasma, la ética del cuidado nos insta a ayudar a los demás, de tal modo que no puede plantearse la OMISIÓN. Constatamos la necesidad, nos sentimos obligados a procurar que se resuelva; y esto se basa en la comprensión del mundo como una red de relaciones, en la que nos sentimos insertos. Desde el Génesis (Gen 1,28)  nos ha encomendado Dios, la tarea de custodiar y señorear la tierra  y hoy  el Papa, consciente de la crisis ecológica planetaria, nos  exhorta a desarrollar “un nuevo paradigma de comprensión de la relación entre la especie humana y la naturaleza. Partiendo de la categoría bíblica de la creación, concibe el mundo como un don de Dios, orgánico y frágil, que debe ser amado, respetado y regulado según la misma ley de Dios (…)  La solución está en la unión y en la armonía entre la ecología medioambiental y la ecología humana.

No podemos huir de nuestra responsabilidad ni de la tarea que tenemos ante el mundo, es preciso, urgente y necesario, orar, reflexionar y unirnos para detener esta autodestrucción; debemos cuidar, recrear y defender nuestro planeta, tenemos la necesidad imperante de articular equilibradamente una ecología medioambiental y una ecología humana. Así lo ha expresado Bernardo Toro: “vivimos en una paradoja, primero como especie humana, hemos creado todas las condiciones para desaparecer: el cambio climático (calentamiento global) el uso (abuso)  del agua, el consumo excesivo de electricidad, la acumulación de la riqueza en unos pocos que genera hambre en muchos, los límites y deterioro de los territorios (fracking, minería ilegal, tala indiscriminada de bosques), esto nace de nuestra mala relación con el planeta; por otro lado, hemos creado todas las condiciones para reconocernos como una sola especie, ya que no existen razas, sino una especie con diferentes tonos de piel  (…) El internet, el turismo, la globalización, la interculturalidad, la migración, nos han unido en red y si queremos podemos salvaguardarnos quitando las fronteras que nos separan, nos dividen, enfrentan y destruyen.

Parafraseando lo dicho por el Papa en varios de sus discursos ante los desastres naturales que ha vivido el mundo, siempre afirma que el mundo creado por Dios, es bello, uno y armónico, pero el ser humano, en la medida en que se ubica en el centro de la creación, se pone por encima del Todo; sus intereses egocéntricos, introducen una fractura, una desarmonía que conduce el mundo al caos y a la pérdida del equilibrio que lo caracteriza. La raíz, pues, del mal, de la ruptura, es la lógica del ego, consiste en vivir conforme a los propios intereses. 

El mal uso de la libertad humana es la génesis de la devastación medioambiental que sufrimos. Vivimos una crisis predominantemente antropológica: para sanar la herida del ecosistema, primero hay que curar la fractura dentro del hombre; cuidar es igual a curar – sanar.

Por eso nos urge retomar los principios esenciales de la ética del cuidado que   es ante todo una forma de vida, que prioriza las relaciones humanas alrededor del cuidado, entendido éste como el afecto en su máxima dimensión. El cuidado de sí mismo, el cuidado del otro, el cuidado de lo que es de todos; como bien lo explicita la encíclica Laudato Si, la casa común es asunto de todos; o nos unimos y comprometemos o desaparecemos por nuestra propia mano.

Carol Gilligan, al hacer un estudio sobre las acciones humanas con mujeres, distinto al que había hecho su maestro Kohlberg (solo con hombres) decía entre otras cosas que “las mujeres nos preocupamos por los demás, tenemos mayor capacidad emocional, somos más sensibles, priorizamos las necesidades por encima del cumplimiento abstracto de deberes y el ejercicio de derechos. A las mujeres se les facilita un poco más el respeto a la diversidad y procuran la satisfacción de las necesidades del otro, no solo según su trabajo sino su necesidad”. 

Es hora de tener un cambio de enfoque en la relación de uno mismo con los demás y con el mundo: se trata de “pasar del consumismo al sacrificio, de la avidez a la generosidad”. Todo cambio de comportamiento, y más de mentalidad, necesita de unas motivaciones concretas y un camino pedagógico que hay que ir elaborando entre todos, y en este punto, los consagrados tenemos mucho que aportar.

Al mirarnos a la luz de esta realidad, las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, nos sentimos impulsadas a comprometernos más, no solo desde las comunidades locales, haciendo cosas buenas, como tratar de convivir bien entre nosotras, reciclar, ahorrar energía, no contaminar los ríos y mares, entre otras iniciativas; también es necesario apostar desde la institucionalidad para trabajar  en red con otros y otras, puesto que tenemos varias ventajas: en primer lugar, somos mujeres, que poseemos esa sensibilidad natural que brota de nuestras entrañas, de nuestra maternidad espiritual obligándonos a no ser indiferentes ante el que sufre. Segundo, somos mujeres consagradas en búsqueda de la hondura espiritual que no es otra que la identificación con la persona de Jesús y sus acciones (cf. Gal 4,19); Él, se dejó conmover a profundidad por la hemorroísa, la viuda de Naïm, la sirofenicia, el leproso, el ciego del camino, entre otros; por otro lado, somos herederas de una rica espiritualidad franciscano-amigoniana, donde el amor fraterno es universal, abarcando la creación y el cosmos; la compasión y la misericordia son ejes transversales de nuestro accionar.  

También es necesario tejer red en cuanto a la ecología humana y nuestra opción por la humanidad, con la certeza que se debe amar a todos. Gilligan,  también explica que, el bienestar humano y la sostenibilidad ambiental dependen de la diversidad biocultural, de su interacción y de su transformación temporal, comprendiendo que: La biodiversidad es esencial para el correcto funcionamiento de los servicios que mantienen la estabilidad de los ecosistemas y la dignidad de sus habitantes. La pérdida de biodiversidad se asocia con el rápido crecimiento de las poblaciones humanas, su concentración en núcleos urbanos con un modelo de consumo insostenible que va unido al aumento de residuos y contaminantes, a conflictos bélicos y a un muy lento avance de la igualdad en la distribución del bienestar y los recursos.  

La inequidad social tiene unas raíces muy profundas en la desigualdad social, heredadas de generación en generación, las cuales son difíciles de erradicar y para contrarrestar esto es preciso unirnos al caminar de otros para que la voz sea más fuerte y llegue a los oídos de aquellos que mueven los hilos del mundo, pero no solas, sino en comunión con la Iglesia y con toda la humanidad especialmente en las fronteras donde la vida clama porque está en peligro de extinción. 

Carlos Cullen de manera poética dijo así: “Si sabemos estar siendo y no pretendemos ser sin estar, cuidaremos del otro en cuanto otro, como la forma más profunda de entender el cuidado de sí”.

Y finalmente ante la hecatombe que se avecina si no nos convertimos, se comprende desde la ecología humana que: Hay dos superestructuras del ambiente cultural, que condicionan los ciclos el primero es el dinero, que modula la cantidad y calidad de vida en los diferentes grupos humanos; el segundo la información, difundida con rapidez vertiginosa a través de las nuevas tecnologías, condiciona los patrones de comportamiento social en todos sus aspectos, incluidos los relacionados con el gasto y consumo desmedido de los recursos. Solo cuando tomemos conciencia y sigamos apostando por el Reino de los cielos, la hermandad y la comunión con todos, la situación del mundo y del planeta se revertirá.

“Y aún seguimos en tu camino,  Dios hecho hombre, maestro y guía y aún vivimos tan convencidos que solo el Reino es nuestra utopía. Y aún seguimos enamorados de tu persona y de tu proyecto y aun reímos y aun cantamos tan obstinado de un mundo nuevo” (Himno 50 años de la CLAR)

HNA. CILIA IRIS BONILLA, TC

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El sentido de la vida

Abrir los ojos y respirar cada día es un regalo, y encontrar el sentido a nuestra existencia es algo a lo que definitivamente aspiramos. Vivir con propósito requiere un trabajo consciente y permanente con nosotros mismos. 

Cada uno tiene una historia personal y desde mi experiencia he llegado a comprender, que el propósito de la vida no es un lugar al cual llegar o una meta por alcanzar, es un camino que se recorre de manera muy personal. Algunas veces ese camino es llano pero muchas otras es un camino escabroso, por el cual hay que aprender a transitar para crecer. 

A pesar de que en ocasiones, no encontramos sentido a lo que estamos viviendo, con certeza puedo asegurar que en cada vivencia Dios ha tenido un propósito especial que me ha hecho trascender. 

Pensar en mi origen, la familia a la que pertenezco, las personas con las que he tenido que interactuar, mi trabajo, las pérdidas materiales y humanas que he enfrentado, problemas de salud y todo lo que encierra mi historia personal hasta este momento… han generado en mí un sentimiento de gratitud que me ha permitido descubrir principalmente en los momentos difíciles, paz y fortaleza. 

A inicios del año 2019, recibí el diagnóstico de un cáncer de mama y, aunque fue una noticia inesperada y desconcertante, tuve la oportunidad en muchos momentos de experimentar el amor y cuidado de Dios (soy una persona de fe). Por ejemplo, en el hospital que recibí el tratamiento encontré un lugar acogedor y un ambiente cálido, con un personal médico comprometido y de gran sensibilidad humana, lo cual permitió que mi situación de enfermedad fuera mucho más llevadera, al punto de lograr en mí la convicción de que a pesar de la circunstancia, era afortunada y esto a su vez ayudó en gran manera a mi proceso de sanidad y crecimiento personal.

Todo este proceso me ha permitido replantearme el valor del sentido de mi vida y con ello buscar el propósito al que he sido llamada, esforzándome ahora mayormente a dejar de lado prejuicios, temores, inseguridades y todo lo que obstaculice mi espíritu libre. 

Vivir en libertad para mí, es disfrutar de cada día como si fuera el último, porque cada momento, cada día es único e irrepetible. Sentirme agradecida y satisfecha con lo que tengo, disfrutar del amor que recibo y poder amar a los demás, apreciando cada detalle y convencida de que, aunque no podemos elegir lo que nos ocurre, sí podemos elegir cómo enfrentarlo. 

También he llegado a comprender que una vida bien vivida tiene que ver con servir a otros.  A menudo dejamos de hacer favores a los demás porque estamos demasiado ocupados, como si temiéramos perder el tiempo; pero ayudar a quienes se cruzan en nuestro camino, lejos de quitarnos algo, nos enriquece. El tiempo que invertimos en servir a otros no se desperdicia, sino que se transforma. Estoy segura que ayudar a nuestros semejantes nos ayuda a nosotros mismos, porque nuestra existencia adquiere mayor sentido y resulta una excelente forma de crecimiento personal.

Cuando descubrimos el sentido de nuestra vida y vivimos de manera apasionada por lo que hacemos y cuando somos capaces de transmitirlo día a día, todo cambia.  Mejora nuestra autoestima, nos sentimos útiles y valiosos, optimistas y positivos; esto provoca un efecto transformador, no sólo en nosotros mismos sino también en las personas que están a nuestro alrededor, pues se genera un efecto multiplicador que beneficia a todo el entorno. 

Así que ánimo, estamos en este mundo para ser felices, no ;cuando despiertes cada mañana, respira, sonríe y agradece a Dios por la vida y todo lo que ella te regala. 

GABRIELA MORA ABARCA

(Psicóloga del Colegio “Nuestra Señora de Desamparados”, Costa Rica)

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Francisco: El Jubileo de 2025 signo de renacimiento, de esperanza y confianza

El Santo Padre ha enviado una Carta a Monseñor Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Dicasterio al cual se le confía la organización del Jubileo de 2025, y la responsabilidad de encontrar las maneras apropiadas para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe intensa, esperanza viva y caridad operante.

Renato Martínez – Ciudad del Vaticano

“El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente”, lo escribe el Papa Francisco en su Carta dirigida a Monseñor Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Dicasterio al cual se le confía la organización del Jubileo ordinario del año 2025, que tiene como lema “Peregrinos de la Esperanza”.

El Jubileo, un don especial de gracia

En su Misiva – firmada en San Juan de Letrán, el 11 de febrero de 2022, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes – el Santo Padre recuerda que, el Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia. “Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios”.

“Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas… Dando testimonio vivo de su fe perdurable”.

Vivir el Año Santo en todo su significado pastoral

Asimismo, el Papa Francisco señala que, el Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia. San Juan Pablo II lo había esperado y deseado tanto, con la esperanza de que todos los cristianos, superadas sus divisiones históricas, pudieran celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, Salvador de la humanidad.  “Ahora que nos acercamos a los primeros veinticinco años del siglo XXI – afirma el Pontífice – estamos llamados a poner en marcha una preparación que permita al pueblo cristiano vivir el Año Santo en todo su significado pastoral”.

“En este sentido una etapa importante ha sido el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que nos ha permitido redescubrir toda la fuerza y la ternura del amor misericordioso del Padre, para que a su vez podamos ser sus testigos”.

Dos años de sufrimientos y limitaciones

Sin embargo, el Santo Padre recuerda que, en los dos últimos años no ha habido país que no haya sido afectado por la inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha cambiado también nuestro estilo de vida. Como cristianos, señala el Papa, hemos pasado juntos con nuestros hermanos y hermanas los mismos sufrimientos y limitaciones. Nuestras iglesias han sido cerradas, así como las escuelas, fábricas, oficinas, tiendas y espacios recreativos. Todos hemos visto limitadas algunas libertades y la pandemia, además del dolor, ha despertado a veces la duda, el miedo y el desconcierto en nuestras almas. Los hombres y mujeres de ciencia, con gran rapidez, han encontrado un primer remedio que permite poco a poco volver a la vida cotidiana.

“Confiamos plenamente en que la epidemia pueda ser superada y el mundo recupere sus ritmos de relaciones personales y de vida social. Esto será más fácil de alcanzar en la medida en que se actúe de forma solidaria, para que las poblaciones más desfavorecidas no queden desatendidas, sino que se pueda compartir con todos los descubrimientos de la ciencia y los medicamentos necesarios”.

El Jubileo puede ayudar a restablecer la esperanza

De ahí deriva la invitación del Papa Francisco a “mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras”. Por ello, afirma el Pontífice, el próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente. Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza. Todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna. Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras. 

“Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en este tiempo de preparación al Jubileo que, según el mandato bíblico, devuelve a cada uno el acceso a los frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que resida contigo; y también el ganado y los animales que estén en la tierra, podrán comer todos sus productos» (Lv 25,6-7)”.

No descuidemos el cuidado de nuestra Casa común

Por lo tanto, el Obispo de Roma indica que, la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión, debe unirse a estos aspectos fundamentales de la vida social, para formar un conjunto coherente. Sintiéndonos todos peregrinos en la tierra en la que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la cuidemos (cf. Gn 2,15), no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de la creación y el cuidado de nuestra casa común. Espero que el próximo Año Jubilar se celebre y se viva también con esta intención. 

“De hecho, un número cada vez mayor de personas, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, reconocen que el cuidado de la creación es expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad”.

Fe intensa, esperanza viva y caridad operante

Así, el Papa Francisco confía a Monseñor Fisichella la responsabilidad de encontrar las maneras apropiadas para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe intensa, esperanza viva y caridad operante. El Dicasterio que promueve la nueva evangelización sabrá hacer de este momento de gracia una etapa significativa para la pastoral de las Iglesias particulares, tanto latinas como orientales, que en estos años están llamadas a intensificar su compromiso sinodal. En esta perspectiva, la peregrinación hacia el Jubileo podrá fortificar y manifestar el camino común que la Iglesia está llamada a recorrer para ser cada vez más claramente signo e instrumento de unidad en la armonía de la diversidad. Será importante ayudar a redescubrir las exigencias de la llamada universal a la participación responsable, con la valorización de los carismas y ministerios que el Espíritu Santo no cesa de conceder para la edificación de la única Iglesia. 

“Las cuatro Constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos”.

El año 2024 una gran “sinfonía” de oración

El Santo Padre también precisa en su Carta que, la Bula de convocación, que será publicada en su momento, contendrá las indicaciones necesarias para la celebración del Jubileo de 2025. En este tiempo de preparación, me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. 

“En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos”.

Pidiendo a la Virgen María que acompañe a la Iglesia en el camino de preparación al acontecimiento de gracia del Jubileo, el Papa Francisco concluye su Misiva agradeciendo a Monseñor Rino Fisichella y a sus colaboradores, a quienes imparte su Bendición Apostólica.

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2022-02/papa-francisco-carta-jubileo-monsenor-rino-fisichella-2025-inici.html

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24/7 en Familia

Cuando se piensa en la familia, es fácil recordar miles de situaciones que acompañamos, escuchamos y que incluso vivimos dentro de nuestros propios entornos familiares. Nuestra espiritualidad, justamente enraizada en el seno de la Familia de Nazaret nos reclama esa presencia, esa palabra y ese gesto siempre oportuno y necesario en un escenario tan importante como es el entorno familiar en la vida humana.

Se ha querido llamar este artículo 24/7 EN FAMILIA, para representar analógicamente que la vivencia familiar involucra la totalidad del ser. Entrar y salir, matizar el tiempo en casa con el tiempo fuera, es lo propio de la vida y a lo que usualmente se suele llamar cotidianidad, y se compone de actividades, hábitos, costumbres, idiosincrasias y formas de llevar adelante las obligaciones, rutinas, tiempo de esparcimiento y afecto. Lo cotidiano está armado de una infinidad de pequeños detalles que se vuelven naturales hasta tal punto que se hacen imperceptibles, se tornan tan invisibles y corrientes que pueden llegar a automatizarse.

Solo cuando por alguna razón, se atraviesan situaciones realmente cruciales como es el caso de la pandemia para estos tiempos; también cuando se vive un accidente, una pérdida, o cualquier otro evento que interrumpe el rumbo de la vida cotidiana, se constata que estamos apegados a nuestras costumbres.

Entrar y salir como ya se ha dicho, fue lo común de nuestra vida, pero ¿qué pasa cuando por obligación no se puede salir o simplemente la vida impone precipitada y hostilmente cambiar hábitos y ritmos de vida?

Cada familia tiene sus fortalezas y valores de los que sentirse orgullosa; ellos son motivo para experimentar gratitud e incluso satisfacción. Pero también puntos débiles, zonas difíciles de conflicto y problemáticas con las que lidiar. Por tanto, en estos tiempos es mejor darse una tregua de lo pendiente y de lo que querrán modificar y dar paso a la paciencia, comprensión y alegría.

Para todos los seres humanos la familia es el elemento identitario que marca y define casi por completo su modo de estar en el mundo, sus valores, manera de relacionarse e incluso, sus opciones de conciencia. Ya sea porque se ha tenido el privilegio de crecer en una familia vinculante que ofrece una base segura como apoyo a la autoafirmación del yo en la etapa infantil, preadolescente y/o juvenil, porque ofrece respaldo a los ideales de vida, seguridad emocional y solvencia económica a las necesidades vitales de un ser humano. O en su defecto, porque en ella se prescinde de todo lo anterior y por ello se enfrenta la vida con miedo, desamparo, rabia o dolor. 

La pertenencia siempre será una necesidad vital que urge suplir no solo en orden a lo material sino, además, que proporciona contención emocional. Se puede ser padres, hijos o hermanos; en cualquier rol que se esté ubicados será necesario experimentarse parte de una familia 24/7, es decir, de tiempo completo, y sin perder de vista la individualización y el proyecto personal, encontrar allí la solidez humana que garantiza una vida llena de sentido y de valor.

No se puede hablar aún de la pandemia en tiempo pasado, porque es evidente que aún se está enfrentando a un cúmulo de situaciones y amenazas con las que este hecho histórico ha cambiado el ritmo cotidiano de la vida. Pero algo sí se puede decir al respecto: situaciones como ésta, ya han dado la oportunidad de releer e interpretar muchos aspectos de la vida, que las costumbres y rutinas no permitían notar. 

“Los humanos con frecuencia somos así; en las situaciones más difíciles solemos encontrar recursos que ni sospechábamos que teníamos, y también es frecuente que en los momentos de horror surja lo maravilloso, como esas flores que crecen en las piedras” (Rodríguez, s.f). 

Es hora de mirar desde dentro hacia fuera todos los insospechados recursos que ha suscitado este tiempo y aunque cada familia tiene su propia y singular manera de llevar la vida, y por supuesto, que esto vale también para los días normales lejos de la pandemia o dentro de ella, en definitiva, no debería hablarse de fórmulas mágicas para que el tiempo juntos sea “ideal”. Lo que sí podría referirse al respecto es que deber ser tiempo de calidad 24/7 no simboliza todo el tiempo que se debería estar juntos, sino mejor aún, todo el tiempo en el que hemos de sentirnos  “parte de…”  Ninguno debería quedar por fuera del diálogo, de la escucha, del abrazo y de la comprensión necesaria para que allí encuentre el amor incondicional que en otros ámbitos suele estar siempre condicionado.

Hna. Sandra Milena Velásquez Bedoya, tc

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Mensaje para la Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2022

«CAMINANDO JUNTOS»

La vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia» (Vita consecrata, n. 3). Son las palabras de la exhortación apostólica postsinodal sobre la vida consagrada que, recogiendo el rico caudal de la herencia conciliar, ha marcado, como brújula segura, el camino de todos los consagrados en los últimos veinticinco años. Como don precioso y necesario para todos los cristianos, la vida consagrada despliega su ser en la vida, la santidad y la misión eclesial.

Siguiendo la estela del Concilio Vaticano II, el papa Francisco ha emplazado a todo el pueblo de Dios a situarse en «modo sinodal» convocando un Sínodo bajo el título «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», que culminará en octubre de 2023. La mirada está puesta en «encaminarnos no ocasionalmente, sino estructuralmente hacia una Iglesia sinodal». La razón ya la había explicado el Papa unos años atrás: «El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». Y la Iglesia «no es otra cosa que el “caminar juntos” de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor».

En un sentido amplio y de modo más genérico, la sinodalidad vendría a designar: «El estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia expresando su naturaleza como el caminar juntos y el reunirse en asamblea del pueblo de Dios convocado por el Señor Jesús en la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio. Debe expresarse en el modo ordinario de vivir y obrar de la Iglesia. Este modus vivendi et operandi se realiza mediante la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el pueblo de Dios, en sus diferentes niveles y en la distinción de los diversos ministerios y roles, en su vida y en su misión».

Los consagrados son «buscadores y testigos apasionados de Dios» en el camino de la historia y en la entraña de la humanidad. Caminar juntos es un ejercicio de necesidad y una experiencia de belleza. La necesidad nace de la exigencia de la Iglesia de fortalecer las sinergias en todos los ámbitos de misión. La belleza brota al contemplar el testimonio de quienes son llamados por la misma vocación a vivir en fraternidad y dar la vida por el reino al servicio de los hermanos.

De este modo, recogiendo la invitación del papa Francisco, la XXVI Jornada de la vida consagrada lleva por lema «La vida consagrada, caminando juntos». Al evocar la categoría camino, no podemos sino volver nuestra mirada al mismo Jesús que se proclamó «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6), recorrió el camino de subida a Jerusalén hasta la cruz para establecer una nueva alianza entre Dios y los hombres (Lc 9, 51) y, una vez resucitado,  «se puso a caminar con ellos» (Lc 24, 15) para descubrir a los discípulos la verdad de la Palabra, la fuerza del sacramento y el dinamismo de la misión. Recogiendo la experiencia del Señor, la fe de los primeros cristianos fue identificada como «el camino» y en los primeros pasos de la comunidad apostólica tenemos ya un referente fundamental en el Concilio de Jerusalén (Hch 15), donde las categorías camino, discernimiento e Iglesia encontraron su punto de encuentro y llegaron así a cristalizar en la doctrina de los Padres: «Sínodo es nombre de Iglesia».  

Para la vida consagrada, la invitación a caminar juntos supone hacerlo en cada una de las dimensiones fundamentales de la consagración, la escucha, la comunión y la misión.

Caminar juntos en la consagración significa ser conscientes de la llamada recibida, la vocación compartida y la vida entregada. En el fondo, supone darse cuenta de que a Dios solo se le encuentra caminando. Solamente cuando nos ponemos en búsqueda (Tu rostro buscaré, Señor) y nos dejamos encontrar por él, se produce el encuentro milagroso entre la llamada divina por pura gracia y la respuesta humana total, absoluta y sin condiciones. Compartir el camino como peregrinos de la eternidad recuerda a todos la fuerza de la dimensión profética de la vida consagrada, que encuentra su fuente en la sequela Christi y en la fuerza de la fidelidad de saber por quién han sido llamados y de quién se han fiado (cf. 2 Tim 2, 12). Cuando las personas llamadas a una especial consagración son capaces de desplegar esta confianza plena en Dios, entonces es posible que sean una voz y una interpelación «para despertar al mundo». La convicción de que este tiempo sinodal es tiempo de gracia y tiempo del Espíritu anima a todos los consagrados a fortalecer la consagración viviendo este momento como una oportunidad de encuentro y cercanía con Dios y los hermanos.

Caminar juntos en la escucha de la Palabra de Dios. Este camino común para encontrar a Dios solo se puede hacer desde la escucha, que es otra de las claves fundamentales de la sinodalidad: «Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que “escuchar es más que oír”». Agudizar el oído para escuchar al Espíritu, a los hermanos con los que se comparte la vida y a la humanidad herida con sus gozos y tristezas es la mejor garantía para caminar juntos por las sendas de la fidelidad a la propia vocación. La vida consagrada, que nace de la escucha de la Palabra y acoge el Evangelio como norma de vida, puede ser considerada «como una “encarnación” de la misma Palabra de Dios escuchada, meditada e interiorizada». Es tiempo de intensificar la oración, que es, para toda vida cristiana, como el aire que necesitan nuestros pulmones. Por su parte, la verdadera escucha requiere de tres condiciones: reciprocidad, respeto y compasión. Se hace necesaria siempre sincera comunicación, empatía hacia el otro y apertura de corazón para recibir la verdad que nos pueda comunicar. Solo así, los consagrados pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento y convertirse en testimonio interpelante en medio de la sociedad, que en ocasiones cierra sus oídos a la voz de Dios y al grito de los más débiles.

Caminar juntos en la comunión. Los consagrados están llamados a ser en la Iglesia y en el mundo «“expertos en comunión”, testigos y artífices de aquel “proyecto de comunión” que constituye la cima de la historia del hombre según Dios». Esta comunión se ha de manifestar, en primer lugar, con Dios, amado sobre todas las cosas; además, con todos aquellos con los que en la experiencia cotidiana comparten vida, oración y misión configurando así un signum fraternitatis; finalmente, la comunión se extiende a toda la humanidad necesitada de restañar heridas y curar llagas. La comunión eclesial, que no supone uniformidad, es el sello de discernimiento y verificación del camino sinodal. Por eso, caminar juntos en unidad y armonía invita a los consagrados a fortalecer la comunión dentro de las mismas familias carismáticas; con otros institutos favoreciendo la intercongregacionalidad; y, sobre todo, en la Iglesia local, intensificando la implicación y la participación en la vida diocesana.

Caminar juntos en la misión supone descubrir «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EN, n. 80) y experimentar simultáneamente la alegría de creer y el gozo de comunicar el Evangelio. Sabemos que una Iglesia sinodal es una Iglesia en salida y que la sinodalidad está ordenada a animar la vida y la misión evangelizadora de la Iglesia. La misión en clave sinodal pasa por el diálogo, la escucha, el discernimiento y la colaboración de todos los actores de la acción misionera. Para la vida consagrada, caminar juntos en misión supone reforzar la corresponsabilidad y el compromiso en la misión de la Iglesia local aportando sus dones carismáticos sin perder nunca de vista la disponibilidad a la Iglesia universal. Esta misión que se ha de llevar adelante en comunidad misionera se traduce en múltiples formas, ya sea desde la oración del claustro, la liturgia de la parroquia, la habitación del hospital, la clase de la escuela o en el encuentro a pie de calle. Los consagrados, cada uno con sus dones y carismas, contribuyen a enriquecer la misión de la Iglesia e incluso a posibilitar que la semilla del Evangelio pueda llegar capilarmente a ámbitos mucho más profundos.

Mientras avanzamos en el camino sinodal, damos gracias a Dios por el don de la vida consagrada que enriquece a la Iglesia con sus virtudes y carismas y le muestra al mundo el testimonio alegre de la entrega radical al Señor. Mientras siguen siendo memoria Iesu y signo escatológico, las personas consagradas edifican el Cuerpo de Cristo y son testigos del reino en medio del mundo. De esta manera, soñando juntos, rezando juntos y participando juntos contribuyen decisivamente para que la Iglesia sinodal no sea un espejismo, sino un verdadero sueño que pueda hacerse realidad.

Comisión Episcopal para la Vida Consagrada (escrito por: IGLESIAACTUALIDAD)

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¡La Alegría de la Navidad!

“Os anuncio una gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (cf. Lc 2,10-11)

Lo dijo el Ángel a los pastores y corrieron aprisa a verlo y celebrarlo junto al Niño en el pesebre con María y José y glorificaron a Dios. También los magos de Oriente, al final de su travesía, “al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría, y vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron y ofrecieron dones de oro, incienso y mirra” (cf. Mt 2, 10-11).

La Tradición católica, según los países, nos ha transmitido expresiones, signos y costumbres de alegría y regocijo en la celebración de la Navidad. Aquí en España se ha creado una palabra entrañable: Nochebuena, es la cena de familia, algo íntimo y sagrado. Nochebuena es noche de “villancicos” y noche de la Misa de Gallo, a media noche, aunque en algunos lugares y por circunstancias diversas se va adelantando la hora.

Es sorprendente y agradable, constatar que la Navidad, como tiempo de fiesta y alegría, se ha extendido al mundo entero; sea por motivos comerciales o por algo más, las ciudades se llenan de luces y colores y se multiplican las celebraciones en  familia. En una palabra, Navidad es un tiempo amable y festivo en el mundo actual,  pero, quizá para la mayoría, sin conexión con la fe ni el Nacimiento de Jesús.

Para nosotros, creyentes, la Navidad es Jesús mismo. El motivo de nuestra alegría es la contemplación de la Encarnación: Dios entró en nuestra historia para liberarnos de nuestro pecado y hacernos partícipes de la filiación divina. Él colocó su tienda en medio de nosotros para formar parte de nuestras vidas, sanar nuestras heridas y darnos una vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de la salvación y del amor de Dios en nosotros.

NAVIDAD, TERNURA DE DIOS

Al Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, lo vemos bajo la dulzura y debilidad de un niño recién nacido, y además en la suma pobreza, sensible manifestación de la inmensa ternura de Dios. Ha sido san Francisco de Asís quien vivió intensamente esta dimensión: Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana. Representaba en su mente imágenes del niño, que besaba con avidez; y la compasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los niños. Y era este nombre para él como miel y panal en la boca” (2 Celano 199).

Posteriormente, un seguidor de Francisco, san Buenaventura, escribió en la misma línea y en la espiritualidad medieval de la santa humanidad de Jesús, el opúsculo de Las cinco festividades del Niño Jesús, una de las cuales, la del Santo Nombre de Jesús pasó a la liturgia. Además Francisco, dos años antes de morir, nos deja otro gran testimonio: va a ser Navidad, se encuentra en el pueblo de Greccio, y movido de su gran amor y devoción, representa el Nacimiento de Jesús según los datos evangélicos y con la gente del pueblo: Es el primer Belén viviente, convertido después en tradición cristiana y que es ejemplo visible y palpable de su espiritualidad de la ternura de Dios (cf. 1Cel 84-86).

ALEGRÍA PARA TODOS: Encuentro y Compartir

En el mensaje del ángel se nos dice que esa alegría anunciada es para todo el pueblo, es decir, la alegría de Navidad implica ENCUENTRO, comunicación, gozo compartido, celebración;  no hay fiesta en soledad, la fiesta requiere encuentro de personas para  compartir la vida y compartir los bienes como intercambio de dones.

La Navidad del pobre

Pero, particularmente, en razón de nuestra fe, del amor y la justicia, la alegría ha de llegar a los más pobres y  necesitados gracias al compartir generoso de todos con lo que cada uno tiene. Es lo que se hace en todas las Parroquias e Instituciones,  “la Navidad del pobre” para que la alegría llegue a todos. Esta es también la sensibilidad de san Francisco: “Quería que en ese día los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos y que los bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo acostumbrado. ‘Si llegare a hablar con el emperador -dijo-, le rogaré que dicte una disposición general por la que todos los pudientes estén obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran solemnidad las avecillas, sobre todo las hermanas alondras, tengan en abundancia’” (2 Celano 200). ¡Poesía y mística, sí, que aterriza en acciones concretas!

Y la alegría de la fraternidad

En la sociedad civil, además de los encuentros de familia,  van siendo comunes otros encuentros a nivel de miembros de organizaciones, trabajo… Y es que Navidad es una invitación al encuentro festivo. Como creyentes sería muy positivo preparar esas reuniones en comunidades religiosas, grupos, etc. ¿Cómo queremos vivir espiritual y festivamente este tiempo tan íntimo y tan bonito? Con las diferentes iniciativas, nos podemos llevar muy gratas sorpresas: villancicos, belenes, adornos, visitas… Será muy hermoso vivir nuestra Navidad con San José y la Virgen María en el Portal de Belén. ¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!

 ¡Aclamad al Señor con gritos de júbilo porque envió a su amado Hijo de lo alto y nació de la bienaventurada Virgen santa María y fue puesto en un pesebre porque no tenía lugar en la posada. Gloria al Señor Dios en las alturas  y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad! (San Francisco de Asís – cf. OfP Salmo XV).

HNA. Mª ELENA ECHAVARREN SORBET, TC

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La Navidad en Polonia y en Alemania

Celebrar la Navidad en Polonia es algo mágico. Compartiré simplemente unas pinceladas de este tiempo tan especial. El ambiento navideño en Polonia se comienza a percibir ya en el Adviento con las misas antes del amanecer llamadas “roraty”. Su nombre proviene de un canto litúrgico en latín que inicia con las palabras “Rorate caeli desuper”, que significan “desciendan los cielos de lo alto”. Las personas que participan en “roraty”, sobre todo los niños, traen a la misa sus faroles e iluminan la Iglesia oscurecida. La Nochebuena es el momento culminativo de las fiestas polacas. La cena navideña comienza al aparecer en el cielo la primera estrella, que recuerda la Estrella de Belén que conducía hasta el Niño Jesús recién nacido. La cena empieza con la oración y la lectura del Evangelio de Lucas sobre el nacimiento de Jesús. Después todos comparten “oplatek” (es un pan blanco, de fina consistencia, preparado como hostia), intercambiando los deseos de Navidad. Es un símbolo de reconciliación y perdón.  En todas las casas en Polonia es muy común que en la mesa se encuentre un lugar vacío, o sea una silla vacía, pero con plato y cubiertos. Se acostumbra a hacer esto para poder recibir a alguna persona inesperada. Además, debajo del mantel se deja un pedazo de heno. Es una manera de simbolizar el nacimiento de Jesús que fue en un pesebre. El menú de la cena navideña se compone de doce platos entre los que reina la sopa de remolacha con “uszka” (pequeñas empanadillas rellenas de setas) y carpa. Después de la cena se disfruta del momento en el que se cantan los villancicos (en Polonia hay más de cincuenta de ellos) y se abren los regalos. A media noche, las familias se dirigen a las Iglesias para participar en una Eucaristía solemne llamada “Pasterka” y adorar al Niño Jesús.  

HNA. GOSIA SKIBA, TC

Compartir “oplatek”

También en Alemania, ya el tiempo de Adviento está lleno de tradiciones y símbolos. Las ciudades y las calles, como muchas ventanas de las casas se alumbran con los adornos de luces. En los cascos antiguos de las ciudades se encuentran los mercadillos de Navidad. Por las noches, las familias suelen encender la corona de Adviento. Alrededor de ella se canta, se lee alguna historia, se juega, se pinta, se ora… También el calendario de Adviento resulta ser una ayuda, especialmente para los niños, a fin de esperar y preparar el corazón a la Navidad. Es un cuadro con 24 ventanitas, donde cada día se abre una y detrás de ella, se esconde algún dulce, un cuento, una propuesta a realizar… Desde hace 15 años, en muchas parroquias cristianas se realiza un «Calendario de Adviento viviente»: 24 familias, instituciones u organizaciones adornan una ventana de su casa. Por la noche los vecinos, los feligreses u otras personas se reunen delante de esta casa, cuya ventana está iluminada, y allí se lee algún cuento, se canta un canto de Adviento y al final se toma un vino o zumo caliente y se come algún dulce, galletas o el «Christstollen», el pastel típico de Navidad, anteriormente hecho en casa. La Noche Buena sigue siendo también para los alemanes la fiesta más importante, una fiesta de encuentros, de unión, donde la familia se junta, celebra alrededor de una comida especial, intercambia los regalos debajo del árbol de Navidad y canta villancicos… pero no existe ya una única tradición, sino que cada familia tiene su propia “tradición». Aunque eso sí, hay un villancico alemán que no puede faltar en el repertorio de todas las familias alemanas. Ese villancico eleva el corazón, y expresa de manera muy profunda el secreto de la Noche Buena: Stille Nacht, Heilige Nacht… (Noche de Paz).

HNA. URSULA LEUFFEN, TC

Foto de un calendario de Adviento viviente